Página 274 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
Oro; y a los cuatro meses de la matanza, [...] escuchó complacido el
sermón de un sacerdote francés, [...] que habló de ‘ese día tan lleno
de dicha y alegría, cuando el santísimo padre recibió la noticia y se
encaminó hacia San Luis en solemne comitiva para dar gracias a
Dios’” (H. White,
The Massacre of St. Bartholomew
, cap. 14).
El mismo espíritu maestro que impulsó la matanza de San Bar-
tolomé fue también el que dirigió las escenas de la Revolución.
Jesucristo fue declarado impostor, y el grito de unión de los incrédu-
los franceses era: “Aplastad al infame”, lo cual decían refiriéndose
a Cristo. Las blasfemias contra el cielo y las iniquidades más abo-
minables se daban la mano, y eran exaltados a los mejores puestos
los hombres más degradados y los más entregados al vicio y a la
crueldad. En todo esto no se hacía más que tributar homenaje su-
premo a Satanás, mientras que se crucificaba a Cristo en sus rasgos
característicos de verdad, pureza y amor abnegado.
“La bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, y pre-
valecerá contra ellos y los matará”. El poder ateo que gobernó a
Francia durante la Revolución y el reinado del terror, hizo a Dios
y a la Biblia una guerra como nunca la presenciara el mundo. El
culto de la Deidad fue abolido por la asamblea nacional. Se recogían
Biblias para quemarlas en las calles haciendo cuanta burla de ellas
se podía. La ley de Dios fue pisoteada; las instituciones de la Biblia
abolidas; el día del descanso semanal fue abandonado y en su lugar
se consagraba un día de cada diez a la orgía y a la blasfemia. El
bautismo y la comunión quedaron prohibidos. Y en los sitios más a
la vista en los cementerios se fijaron avisos en que se declaraba que
la muerte era un sueño eterno.
El temor de Dios, decían, dista tanto de ser el principio de la
sabiduría que más bien puede considerársele como principio de la
locura. Quedó prohibida toda clase de culto religioso a excepción
del tributado a la libertad y a la patria. El “obispo constitucional
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de París fue empujado a desempeñar el papel más importante en
la farsa más desvergonzada que jamás fuera llevada a cabo ante
una representación nacional [...]. Lo sacaron en pública procesión
para que manifestase a la convención que la religión que él había
enseñado por tantos años, era en todos respectos una tramoya del
clero, sin fundamento alguno en la historia ni en la verdad sagrada.
Negó solemnemente y en los términos más explícitos la existencia