Página 279 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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La Biblia y la Revolución Francesa
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batallas, y su equidad a formular las leyes, y la religión de la Biblia
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a robustecer la inteligencia y dirigir las conciencias del pueblo, ¡qué
inmensa gloria no tendría Francia hoy! ¡Qué grande, qué próspera y
qué dichoso país no sería! [...] ¡Toda una nación modelo!
“Pero un fanatismo ciego e inexorable echó de su suelo a todos
los que enseñaban la virtud, a los campeones del orden y a los
honrados defensores del trono; dijo a los que hubieran podido dar a
su país ‘renombre y gloria’: Escoged entre la hoguera o el destierro.
Al fin la ruina del estado fue completa; ya no quedaba en el país
conciencia que proscribir, religión que arrastrar a la hoguera ni
patriotismo que desterrar” (Wylie, lib. 13, cap. 20). Todo lo cual dio
por resultado la Revolución con sus horrores.
“Con la huida de los hugonotes quedó Francia sumida en ge-
neral decadencia. Florecientes ciudades manufactureras quedaron
arruinadas; los distritos más fértiles volvieron a quedar baldíos, el
entorpecimiento intelectual y el decaimiento de la moralidad sucedie-
ron al notable progreso que antes imperara. París quedó convertido
en un vasto asilo: se calcula que precisamente antes de estallar la
Revolución doscientos mil indigentes dependían de los socorros del
rey. Únicamente los jesuitas prosperaban en la nación decaída, y
gobernaban con infame tiranía sobre las iglesias y las escuelas, las
cárceles y las galeras”.
El evangelio hubiera dado a Francia la solución de estos proble-
mas políticos y sociales que frustraron los propósitos de su clero,
de su rey y de sus gobernantes, y arrastraron finalmente a la nación
entera a la anarquía y a la ruina. Pero bajo el dominio de Roma el
pueblo había perdido las benditas lecciones de sacrificio y de amor
que diera el Salvador. Todos se habían apartado de la práctica de la
abnegación en beneficio de los demás. Los ricos no tenían quien los
reprendiera por la opresión con que trataban a los pobres, y a estos
nadie los aliviaba de su degradación y servidumbre. El egoísmo de
los ricos y de los poderosos se hacía más y más manifiesto y ava-
sallador. Por varios siglos el libertinaje y la ambición de los nobles
habían impuesto a los campesinos extorsiones agotadoras. El rico
perjudicaba al pobre y este odiaba al rico.
En muchas provincias sucedía que los nobles eran dueños del
suelo y los de las clases trabajadoras simples arrendatarios; y de
este modo, el pobre estaba a merced del rico, y se veía obligado a