Página 316 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
vivían en medio de instituciones cristianas, sus caracteres habían
sido modelados hasta cierto punto por el medio ambiente. Debían
a la Biblia las cualidades que les granjeaban respeto y confianza; y
no obstante, tan hermosas dotes se habían malogrado hasta ejercer
influencia contra la Palabra de Dios. Al rozarse con esos hombres
Miller llegó a adoptar sus opiniones. Las interpretaciones corrientes
de las Sagradas Escrituras presentaban dificultades que le parecían
insuperables; pero como, al paso que sus nuevas creencias le hacían
rechazar la Biblia no le ofrecían nada mejor con que sustituirla,
distaba mucho de estar satisfecho. Sin embargo conservó esas ideas
cerca de doce años. Pero a la edad de treinta y cuatro, el Espíritu
Santo obró en su corazón y le hizo sentir su condición de pecador.
No hallaba en su creencia anterior seguridad alguna de dicha para
más allá de la tumba. El porvenir se le presentaba sombrío y tétrico.
Refiriéndose años después a los sentimientos que le embargaban en
aquel entonces, dijo:
“El pensar en el aniquilamiento me helaba y me estremecía,
y el tener que dar cuenta me parecía entrañar destrucción segura
para todos. El cielo antojábaseme de bronce sobre mi cabeza, y
la tierra hierro bajo mis pies. La eternidad, ¿qué era? y la muerte
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¿por qué existía? Cuanto más discurría, tanto más lejos estaba de la
demostración. Cuanto más pensaba, tanto más divergentes eran las
conclusiones a que llegaba. Traté de no pensar más; pero ya no era
dueño de mis pensamientos. Me sentía verdaderamente desgraciado,
pero sin saber por qué. Murmuraba y me quejaba, pero no sabía de
quién.
Sabía que algo andaba mal, pero no sabía ni dónde ni cómo
encontrar lo correcto y justo. Gemía, pero lo hacía sin esperanza”.
En ese estado permaneció varios meses. “De pronto—dice—,
el carácter de un Salvador se grabó hondamente en mi espíritu. Me
pareció que bien podía existir un ser tan bueno y compasivo que
expiara nuestras transgresiones, y nos librara así de sufrir la pena
del pecado. Sentí inmediatamente cuán amable había de ser este
alguien, y me imaginé que podría yo echarme en sus brazos y confiar
en su misericordia. Pero surgió la pregunta: ¿cómo se puede probar
la existencia de tal ser? Encontré que, fuera de la. Biblia, no podía
obtener prueba alguna de la existencia de semejante Salvador, o
siquiera de una existencia futura [...].