Página 326 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
do profético, según el testimonio del ángel de Dios, “el santuario”
debía ser “purificado”. De este modo la fecha de la purificación
del santuario—la cual se creía casi universalmente que se verifica-
ría en el segundo advenimiento de Cristo—quedó definitivamente
establecida.
Miller y sus colaboradores creyeron primero que los 2.300 días
terminarían en la primavera de 1.844, mientras que la profecía señala
el
otoño
de ese mismo año (véase el diagrama, p. 327, y el Apén-
dice). La mala inteligencia de este punto fue causa de desengaño y
perplejidad para los que habían fijado para la primavera de dicho año
el tiempo de la venida del Señor. Pero esto no afectó en lo más míni-
mo la fuerza de la argumentación que demuestra que los 2.300 días
terminaron en el año 1844 y que el gran acontecimiento representado
por la purificación del santuario debía verificarse entonces.
Al empezar a estudiar las Sagradas Escrituras como lo hizo, para
probar que son una revelación de Dios, Miller no tenía la menor idea
de que llegaría a la conclusión a que había llegado. Apenas podía él
mismo creer en los resultados de su investigación. Pero las pruebas
de la Santa Escritura eran demasiado evidentes y concluyentes para
rechazarlas.
Había dedicado dos años al estudio de la Biblia, cuando, en 1818,
llegó a tener la solemne convicción de que unos veinticinco años
después aparecería Cristo para redimir a su pueblo. “No necesito
hablar—dice Miller—del gozo que llenó mi corazón ante tan em-
belesadora perspectiva, ni de los ardientes anhelos de mi alma para
participar del júbilo de los redimidos. La Biblia fue para mí entonces
un libro nuevo. Era esto en verdad una fiesta de la razón; todo lo
que para mí había sido sombrío, místico u oscuro en sus enseñanzas,
había desaparecido de mi mente ante la clara luz que brotaba de sus
sagradas páginas; y ¡oh! ¡cuán brillante y gloriosa aparecía la ver-
dad! Todas las contradicciones y disonancias que había encontrado
antes en la Palabra desaparecieron; y si bien quedaban muchas partes
que no comprendía del todo, era tanta la luz que de las Escrituras
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manaba para alumbrar mi inteligencia oscurecida, que al estudiarlas
sentía un deleite que nunca antes me hubiera figurado que podría
sacar de sus enseñanzas”.
Bliss, 76, 77
.
“Solemnemente convencido de que las Santas Escrituras anun-
ciaban el cumplimiento de tan importantes acontecimientos en tan