Página 327 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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Una profecía significativa
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corto espacio de tiempo, surgió con fuerza en mi alma la cuestión de
saber cuál era mi deber para con el mundo, en vista de la evidencia
que había conmovido mi propio espíritu”.
Ibíd., 81
. No pudo menos
que sentir que era deber suyo impartir a otros la luz que había recibi-
do. Esperaba encontrar oposición de parte de los impíos, pero estaba
seguro de que todos los cristianos se alegrarían en la esperanza de
ir al encuentro del Salvador a quien profesaban amar. Lo único que
temía era que en su gran júbilo por la perspectiva de la gloriosa
liberación que debía cumplirse tan pronto, muchos recibiesen la
doctrina sin examinar detenidamente las Santas Escrituras para ver
si era la verdad. De aquí que vacilara en presentarla, por temor de
estar errado y de hacer descarriar a otros. Esto le indujo a revisar
las pruebas que apoyaban las conclusiones a que había llegado, y a
considerar cuidadosamente cualquiera dificultad que se presentase
a su espíritu. Encontró que las objeciones se desvanecían ante la
luz de la Palabra de Dios como la neblina ante los rayos del sol.
Los cinco años que dedicó a esos estudios le dejaron enteramente
convencido de que su manera de ver era correcta.
El deber de hacer conocer a otros lo que él creía estar tan clara-
mente enseñado en las Sagradas Escrituras, se le impuso entonces
con nueva fuerza. “Cuando estaba ocupado en mi trabajo—explicó—
, sonaba continuamente en mis oídos el mandato: Anda y haz saber al
mundo el peligro que corre. Recordaba constantemente este pasaje:
‘Diciendo yo al impío: Impío, de cierto morirás; si tú no hablares
para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por su
pecado, mas su sangre yo la demandaré de tu mano. Y si tú avisares
al impío de su camino para que de él se aparte, y él no se apartare
de su camino, por su pecado morirá él, y tú libraste tu vida’.
Eze-
quiel 33:8, 9
. Me parecía que si los impíos podían ser amonestados
eficazmente, multitudes de ellos se arrepentirían; y que si no eran
amonestados, su sangre podía ser demandada de mi mano”.
Bliss,
92
.
Empezó a presentar sus ideas en círculo privado siempre que se
le ofrecía la oportunidad, rogando a Dios que algún ministro sintiese
la fuerza de ellas y se dedicase a proclamarlas. Pero no podía librarse
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de la convicción de que tenía un deber personal que cumplir dando
el aviso. De continuo se presentaban a su espíritu las siguientes
palabras: “Anda y anúncialo al mundo; su sangre demandaré de tu