Página 328 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
mano”. Esperó nueve años; y la carga continuaba pesando sobre
su alma, hasta que en 1831 expuso por primera vez en público las
razones de la fe que tenía.
Así como Eliseo fue llamado cuando seguía a sus bueyes en
el campo, para recibir el manto de la consagración al ministerio
profético, así también Guillermo Miller fue llamado a dejar su arado
y revelar al pueblo los misterios del reino de Dios. Con temblor dio
principio a su obra de conducir a sus oyentes paso a paso a través
de los períodos proféticos hasta el segundo advenimiento de Cristo.
Con cada esfuerzo cobraba más energía y valor al ver el marcado
interés que despertaban sus palabras.
A la solicitación de sus hermanos, en cuyas palabras creyó oír el
llamamiento de Dios, se debió que Miller consintiera en presentar
sus opiniones en público. Tenía ya cincuenta años, y no estando
acostumbrado a hablar en público, se consideraba incapaz de hacer
la obra que de él se esperaba. Pero desde el principio sus labores
fueron notablemente bendecidas para la salvación de las almas. Su
primera conferencia fue seguida de un despertamiento religioso,
durante el cual treinta familias enteras, menos dos personas, fueron
convertidas. Se le instó inmediatamente a que hablase en otros
lugares, y casi en todas partes su trabajo tuvo por resultado un
avivamiento de la obra del Señor. Los pecadores se convertían,
los cristianos renovaban su consagración a Dios, y los deístas e
incrédulos eran inducidos a reconocer la verdad de la Biblia y de la
religión cristiana. El testimonio de aquellos entre quienes trabajara
fue: “Consigue ejercer una influencia en una clase de espíritus a
la que no afecta la influencia de otros hombres”.
Ibíd., 138
. Su
predicación era para despertar interés en los grandes asuntos de la
religión y contrarrestar la mundanalidad y sensualidad crecientes de
la época.
En casi todas las ciudades se convertían los oyentes por docenas
y hasta por centenares. En muchas poblaciones se le abrían de par
en par las iglesias protestantes de casi todas las denominaciones, y
las invitaciones para trabajar en ellas le llegaban generalmente de
los mismos ministros de diversas congregaciones. Tenía por regla
invariable no trabajar donde no hubiese sido invitado. Sin embargo
pronto vio que no le era posible atender siquiera la mitad de los
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llamamientos que se le dirigían. Muchos que no aceptaban su modo