Página 329 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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Una profecía significativa
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de ver en cuanto a la fecha exacta del segundo advenimiento, estaban
convencidos de la seguridad y proximidad de la venida de Cristo y
de que necesitaban prepararse para ella. En algunas de las grandes
ciudades, sus labores hicieron extraordinaria impresión. Hubo taber-
neros que abandonaron su tráfico y convirtieron sus establecimientos
en salas de culto; los garitos eran abandonados; incrédulos, deístas,
universalistas y hasta libertinos de los más perdidos—algunos de
los cuales no habían entrado en ningún lugar de culto desde ha-
cía años—se convertían. Las diversas denominaciones establecían
reuniones de oración en diferentes barrios y a casi cualquier hora del
día los hombres de negocios se reunían para orar y cantar alabanzas.
No se notaba excitación extravagante, sino que un sentimiento de
solemnidad dominaba a casi todos. La obra de Miller, como la de
los primeros reformadores, tendía más a convencer el entendimiento
y a despertar la conciencia que a excitar las emociones.
En 1833 Miller recibió de la iglesia bautista, de la cual era miem-
bro, una licencia que le autorizaba para predicar. Además, buen
número de los ministros de su denominación aprobaban su obra, y
le dieron su sanción formal mientras proseguía sus trabajos.
Viajaba y predicaba sin descanso, si bien sus labores personales
se limitaban principalmente a los estados del este y del centro de
los Estados Unidos. Durante varios años sufragó él mismo todos
sus gastos de su bolsillo y ni aun más tarde se le costearon nunca
por completo los gastos de viaje a los puntos adonde se le llamaba.
De modo que, lejos de reportarle provecho pecuniario, sus labores
públicas constituían un pesado gravamen para su fortuna particular
que fue menguando durante este período de su vida. Era padre
de numerosa familia, pero como todos los miembros de ella eran
frugales y diligentes, su finca rural bastaba para el sustento de todos
ellos.
En 1833, dos años después de haber principiado Miller a presen-
tar en público las pruebas de la próxima venida de Cristo, apareció
la última de las señales que habían sido anunciadas por el Salvador
como precursoras de su segundo advenimiento. Jesús había dicho:
“Las estrellas caerán del cielo”.
Mateo 24:29
. Y Juan, al recibir la
visión de la escenas que anunciarían el día de Dios, declara en el
Apocalipsis: “Las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la
higuera echa sus higos cuando es movida de gran viento”.
Apocalip-