Página 332 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
sus compañeros eran correctos, con lo que recibió un impulso mara-
villoso el movimiento adventista. Hombres de saber y de posición
social se adhirieron a Miller para divulgar sus ideas, y de 1840 a
1844 la obra se extendió rápidamente.
Guillermo Miller poseía grandes dotes intelectuales, disciplina-
das por la reflexión y el estudio; y a ellas añadió la sabiduría del cielo
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al ponerse en relación con la Fuente de la sabiduría. Era hombre de
verdadero valer, que no podía menos que imponer respeto y gran-
jearse el aprecio dondequiera que supiera estimarse la integridad, el
carácter y el valor moral. Uniendo verdadera bondad de corazón a la
humildad cristiana y al dominio de sí mismo, era atento y afable para
con todos, y siempre listo para escuchar las opiniones de los demás
y pesar sus argumentos. Sin apasionamiento ni agitación, examinaba
todas las teorías y doctrinas a la luz de la Palabra de Dios; y su sano
juicio y profundo conocimiento de las Santas Escrituras, le permitían
descubrir y refutar el error.
Sin embargo no prosiguió su obra sin encontrar violenta oposi-
ción. Como les sucediera a los primeros reformadores, las verdades
que proclamaba no fueron recibidas favorablemente por los maestros
religiosos del pueblo. Como estos no podían sostener sus posiciones
apoyándose en las Santas Escrituras, se vieron obligados a recurrir a
los dichos y doctrinas de los hombres, a las tradiciones de los padres.
Pero la Palabra de Dios era el único testimonio que aceptaban los
predicadores de la verdad del segundo advenimiento. “La Biblia, y
la Biblia sola”, era su consigna. La falta de argumentos bíblicos de
parte de sus adversarios era suplida por el ridículo y la burla. Tiem-
po, medios y talentos fueron empleados en difamar a aquellos cuyo
único crimen consistía en esperar con gozo el regreso de su Señor, y
en esforzarse por vivir santamente, y en exhortar a los demás a que
se preparasen para su aparición.
Serios fueron los esfuerzos que se hicieron para apartar la mente
del pueblo del asunto del segundo advenimiento. Se hizo aparecer
como pecado, como algo de que los hombres debían avergonzarse,
el estudio de las profecías referentes a la venida de Cristo y al fin del
mundo. Así los ministros populares socavaron la fe en la Palabra de
Dios. Sus enseñanzas volvían incrédulos a los hombres, y muchos
se arrogaron la libertad de andar según sus impías pasiones. Luego
los autores del mal echaban la culpa de él a los adventistas.