Página 334 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
“¿Qué hemos creído—decía él—que no nos haya sido ordenado
creer por la Palabra de Dios, que vosotros mismos reconocéis como
regla única de nuestra fe y de nuestra conducta? ¿Qué hemos hecho
para que se nos arrojasen tan virulentos cargos y diatribas desde el
púlpito y la prensa, y para daros motivo para excluirnos a nosotros
[los adventistas] de vuestras iglesias y de vuestra comunión?” “Si
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estamos en el error, os ruego nos enseñéis en qué consiste nuestro
error.
Probádnoslo por la Palabra de Dios; harto se nos ha ridiculizado,
pero no será eso lo que pueda jamás convencernos de que estemos
en error; la Palabra de Dios sola puede cambiar nuestro modo de
ver. Llegamos a nuestras conclusiones después de madura reflexión
y de mucha oración, a medida que veíamos las evidencias de las
Escrituras”.
Ibíd., 250, 252
.
Siglo tras siglo las amonestaciones que Dios dirigió al mundo por
medio de sus siervos, fueron recibidas con la misma incredulidad
y falta de fe. Cuando la maldad de los antediluvianos le indujo
a enviar el diluvio sobre la tierra, les dio primero a conocer su
propósito para ofrecerles oportunidad de apartarse de sus malos
caminos. Durante ciento veinte años oyeron resonar en sus oídos la
amonestación que los llamaba al arrepentimiento, no fuese que la ira
de Dios los destruyese. Pero el mensaje se les antojó fábula ridícula,
y no lo creyeron. Envalentonándose en su maldad, se mofaron del
mensajero de Dios, se rieron de sus amenazas, y hasta le acusaron
de presunción. ¿Cómo se atrevía él solo a levantarse contra todos los
grandes de la tierra? Si el mensaje de Noé era verdadero, ¿por qué no
lo reconocía por tal el mundo entero? y ¿por qué no le daba crédito?
¡Era la afirmación de un hombre contra la sabiduría de millares! No
quisieron dar fe a la amonestación, ni buscar protección en el arca.
Los burladores llamaban la atención a las cosas de la naturaleza—
a la sucesión invariable de las estaciones, al cielo azul que nunca
había derramado lluvia, a los verdes campos refrescados por el
suave rocío de la noche—, y exclamaban: “¿No habla acaso en
parábolas?” Con desprecio declaraban que el predicador de la justicia
era fanático rematado; y siguieron corriendo tras los placeres y
andando en sus malos caminos con más empeño que nunca antes.
Pero su incredulidad no impidió la realización del acontecimiento
predicho. Dios soportó mucho tiempo su maldad, dándoles amplia