Página 391 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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Profecías cumplidas
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todo Israel y habiendo quitado así sus pecados del santuario, salía a
bendecir al pueblo. Así se creyó que Cristo, nuestro Sumo Sacerdote,
aparecería para purificar la tierra por medio de la destrucción del
pecado y de los pecadores, y para conceder la inmortalidad a su
pueblo que le esperaba. El décimo día del séptimo mes, el gran día
de la expiación, el tiempo de la purificación del santuario, el cual en
el año 1844 caía en el 22 de octubre, fue considerado como el día
de la venida del Señor. Esto estaba en consonancia con las pruebas
ya presentadas, de que los 2.300 días terminarían en el otoño, y la
conclusión parecía irrebatible.
En la parábola de
Mateo 25
, el tiempo de espera y el cabeceo
son seguidos de la venida del esposo. Esto estaba de acuerdo con los
argumentos que se acaban de presentar, y que se basaban tanto en
las profecías como en los símbolos. Para muchos entrañaban gran
poder convincente de su verdad; y el “clamor de media noche” fue
proclamado por miles de creyentes.
Como marea creciente, el movimiento se extendió por el país.
Fue de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo y hasta a lugares
remotos del campo, y consiguió despertar al pueblo de Dios que
estaba esperando. El fanatismo desapareció ante esta proclamación
como helada temprana ante el sol naciente. Los creyentes vieron
desvanecerse sus dudas y perplejidades; la esperanza y el valor re-
animaron sus corazones. La obra quedaba libre de las exageraciones
propias de todo arrebato que no es dominado por la influencia de la
Palabra y del Espíritu de Dios. Este movimiento recordaba los perío-
dos sucesivos de humillación y de conversión al Señor que entre los
antiguos israelitas solían resultar de las reconvenciones dadas por
los siervos de Dios. Llevaba el sello distintivo de la obra de Dios
en todas las edades. Había en él poco gozo extático, sino más bien
un profundo escudriñamiento del corazón, confesión de los pecados
y renunciación al mundo. El anhelo de los espíritus abrumados era
prepararse para recibir al Señor. Había perseverancia en la oración y
consagración a Dios sin reserva.
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Dijo Miller al describir esta obra: “No hay gran manifestación
de gozo; no parece sino que este fuera reservado para más adelante,
para cuando cielo y tierra gocen juntos de dicha indecible y gloriosa.
No se oye tampoco en ella grito de alegría, pues esto también está
reservado para la aclamación que ha de oírse del cielo. Los cantores