Página 408 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
Una vez al año, en el gran día de las expiaciones, el sacerdote
entraba en el lugar santísimo para purificar el santuario. El servicio
que se realizaba allí completaba la serie anual de los servicios. En el
día de las expiaciones se llevaban dos machos cabríos a la entrada
del tabernáculo y se echaban suertes sobre ellos, “la una suerte para
Jehová y la otra para Azazel”.
Vers. 8
. El macho cabrío sobre el cual
caía la suerte para Jehová debía ser inmolado como ofrenda por el
pecado del pueblo. Y el sacerdote debía llevar velo adentro la sangre
de aquel y rociarla sobre el propiciatorio y delante de él. También
había que rociar con ella el altar del incienso, que se encontraba
delante del velo.
“Y pondrá Aarón entrambas manos sobre la cabeza del macho
cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos
de Israel, y todas sus transgresiones, a causa de todos sus pecados,
cargándolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y le enviará al
desierto por mano de un hombre idóneo. Y el macho cabrío llevará
sobre sí las iniquidades de ellos a tierra inhabitada”.
Levítico 16:21,
22 (VM)
. El macho cabrío emisario no volvía al real de Israel, y el
hombre que lo había llevado afuera debía lavarse y lavar sus vestidos
con agua antes de volver al campamento.
Toda la ceremonia estaba destinada a inculcar a los israelitas
una idea de la santidad de Dios y de su odio al pecado; y además
hacerles ver que no podían ponerse en contacto con el pecado sin
contaminarse. Se requería de todos que afligiesen sus almas mien-
tras se celebraba el servicio de expiación. Toda ocupación debía
dejarse a un lado, y toda la congregación de Israel debía pasar el día
en solemne humillación ante Dios, con oración, ayuno y examen
profundo del corazón.
El servicio típico enseña importantes verdades respecto a la
expiación. Se aceptaba un substituto en lugar del pecador; pero la
sangre de la víctima no borraba el pecado. Solo proveía un medio
para transferirlo al santuario. Con la ofrenda de sangre, el pecador
reconocía la autoridad de la ley, confesaba su culpa, y expresaba su
deseo de ser perdonado mediante la fe en un Redentor por venir;
pero no estaba aún enteramente libre de la condenación de la ley.
El día de la expiación, el sumo sacerdote, después de haber tomado
una víctima ofrecida por la congregación, iba al lugar santísimo
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con la sangre de dicha víctima y rociaba con ella el propiciatorio,