Página 487 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El peor enemigo del hombre
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de Cristo y retraerlos de la obediencia. Como su jefe, tuercen y
pervierten las Escrituras para conseguir su objeto. Así como Satanás
trató de acusar a Dios, sus agentes tratan de vituperar al pueblo de
Dios. El espíritu que mató a Cristo mueve a los malos a destruir a
sus discípulos. Pero ya lo había predicho la primera profecía: “Ene-
mistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente
suya”. Y así acontecerá hasta el fin de los tiempos.
Satanás reúne todas sus fuerzas y lanza todo su poder al combate.
¿Cómo es que no encuentra mayor resistencia? ¿Por qué están tan
adormecidos los soldados de Cristo? ¿por qué revelan tanta indife-
rencia? Sencillamente porque tienen poca comunión verdadera con
Cristo, porque están destituidos de su Espíritu. No sienten por el
pecado la repulsión y el odio que sentía su Maestro. No lo rechazan
como lo rechazó Cristo con decisión y energía. No se dan cuenta
del inmenso mal y de la malignidad del pecado, y están ciegos en
lo que respecta al carácter y al poder del príncipe de las tinieblas.
Es poca la enemistad que se siente contra Satanás y sus obras, por-
que hay mucha ignorancia acerca de su poder y de su malicia, y no
se echa de ver el inmenso alcance de su lucha contra Cristo y su
iglesia. Multitudes están en el error a este respecto. No saben que
su enemigo es un poderoso general que dirige las inteligencias de
los ángeles malos y que, merced a planes bien combinados y a una
sabia estrategia, guerrea contra Cristo para impedir la salvación de
las almas. Entre los que profesan el cristianismo y hasta entre los
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ministros del evangelio, apenas si se oye hablar de Satanás, a no ser
tal vez de un modo incidental desde lo alto del púlpito. Nadie se
fija en las manifestaciones de su actividad y éxito continuos. No se
tienen en cuenta los muchos avisos que nos ponen en guardia contra
su astucia; hasta parece ignorarse su existencia.
Mientras los hombres desconocen los artificios de tan vigilante
enemigo, este les sigue a cada momento las pisadas. Se introduce
en todos los hogares, en todas las calles de nuestras ciudades, en las
iglesias, en los consejos de la nación, en los tribunales, confundiendo,
engañando, seduciendo, arruinando por todas partes las almas y los
cuerpos de hombres, mujeres y niños, destruyendo la unión de las
familias, sembrando odios, rivalidades, sediciones y muertes. Y el
mundo cristiano parece mirar estas cosas como si Dios mismo las
hubiese dispuesto y como si debiesen existir.