Página 488 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
Satanás está tratando continuamente de vencer al pueblo de
Dios, rompiendo las barreras que lo separan del mundo. Los antiguos
israelitas fueron arrastrados al pecado cuando se arriesgaron a formar
asociaciones ilícitas con los paganos. Del mismo modo se descarría
el Israel moderno. “El Dios de este siglo cegó los entendimientos de
los incrédulos, para que no les resplandezca la lumbre del evangelio
de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios”.
2 Corintios 4:4
.
Todos los que no son fervientes discípulos de Cristo, son siervos
de Satanás. El corazón aún no regenerado ama el pecado y tiende
a conservarlo y paliarlo. El corazón renovado aborrece el pecado y
está resuelto a resistirle. Cuando los cristianos escogen la sociedad
de los impíos e incrédulos, se exponen a la tentación. Satanás se
oculta a la vista y furtivamente les pone su venda engañosa sobre
los ojos. No pueden ver que semejante compañía es la más adecuada
para perjudicarles; y mientras más se van asemejando al mundo en
carácter, palabras y obras, más y más se van cegando.
Al conformarse la iglesia con las costumbres del mundo, se
vuelve mundana, pero esa conformidad no convierte jamás al mundo
a Cristo. A medida que uno se familiariza con el pecado, este aparece
inevitablemente menos repulsivo. El que prefiere asociarse con los
siervos de Satanás dejará pronto de temer al señor de ellos. Cuando
somos probados en el camino del deber, cual lo fue Daniel en la
corte del rey, podemos estar seguros de la protección de Dios; pero si
nos colocamos a merced de la tentación, caeremos tarde o temprano.
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El tentador obra a menudo con el mayor éxito por intermedio de
los menos sospechosos de estar bajo su influencia. Se admira y honra
a las personas de talento y de educación, como si estas cualidades
pudiesen suplir la falta del temor de Dios o hacernos dignos de su
favor. Considerados en sí mismos, el talento y la cultura son dones
de Dios; pero cuando se emplean para sustituir la piedad, cuando en
lugar de atraer al alma a Dios la alejan de él, entonces se convierten
en una maldición y un lazo. Es opinión común que todo lo que
aparece amable y refinado debe ser, en cierto sentido, cristiano. No
hubo nunca error más grande. Cierto es que la amabilidad y el refi-
namiento deberían adornar el carácter de todo cristiano, pues ambos
ejercerían poderosa influencia en favor de la verdadera religión; pero
deben ser consagrados a Dios, o de lo contrario son también una
fuerza para el mal. Muchas personas cultas y de modales afables que