Página 588 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
Los reclama como presa suya y pide que le sean entregados para
destruirlos.
Mientras Satanás acusa al pueblo de Dios haciendo hincapié
en sus pecados, el Señor le permite probarlos hasta el extremo. La
confianza de ellos en Dios, su fe y su firmeza serán rigurosamente
probadas. El recuerdo de su pasado hará decaer sus esperanzas;
pues es poco el bien que pueden ver en toda su vida. Reconocen
plenamente su debilidad e indignidad. Satanás trata de aterrorizarlos
con la idea de que su caso es desesperado, de que las manchas de su
impureza no serán jamás lavadas. Espera así aniquilar su fe, hacerles
ceder a sus tentaciones y alejarlos de Dios.
Aun cuando los hijos de Dios se ven rodeados de enemigos
que tratan de destruirlos, la angustia que sufren no procede del
temor de ser perseguidos a causa de la verdad; lo que temen es no
haberse arrepentido de cada pecado y que debido a alguna falta
por ellos cometida no puedan ver realizada en ellos la promesa del
Salvador: “Yo también te guardaré de la hora de prueba que ha de
venir sobre todo el mundo”.
Apocalipsis 3:10 (VM)
. Si pudiesen
tener la seguridad del perdón, no retrocederían ante las torturas ni la
muerte; pero si fuesen reconocidos indignos de perdón y hubiesen de
perder la vida a causa de sus propios defectos de carácter, entonces
el santo nombre de Dios sería vituperado.
De todos lados oyen hablar de conspiraciones y traiciones y
observan la actividad amenazante de la rebelión. Eso hace nacer en
ellos un deseo intensísimo de ver acabarse la apostasía y de que la
maldad de los impíos llegue a su fin. Pero mientras piden a Dios que
detenga el progreso de la rebelión, se reprochan a sí mismos con
gran sentimiento el no tener mayor poder para resistir y contrarrestar
la potente invasión del mal. Les parece que si hubiesen dedicado
siempre toda su habilidad al servicio de Cristo, avanzando de virtud
en virtud, las fuerzas de Satanás no tendrían tanto poder sobre ellos.
Afligen sus almas ante Dios, recordándole cada uno de sus actos
de arrepentimiento de sus numerosos pecados y la promesa del
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Salvador: “¿Forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz, sí
haga paz conmigo”.
Isaías 27:5
. Su fe no decae si sus oraciones
no reciben inmediata contestación. Aunque sufren la ansiedad, el
terror y la angustia más desesperantes, no dejan de orar. Echan mano