Página 589 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El tiempo de angustia
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del poder de Dios como Jacob se aferró al ángel; y de sus almas se
exhala el grito: “No te soltaré hasta que me hayas bendecido”.
Si Jacob no se hubiese arrepentido previamente del pecado que
cometió al adueñarse fraudulentamente del derecho de primogenitu-
ra, Dios no habría escuchado su oración ni le hubiese salvado la vida
misericordiosamente. Así, en el tiempo de angustia, si el pueblo de
Dios conservase pecados aún inconfesos cuando lo atormenten el
temor y la angustia, sería aniquilado; la desesperación acabaría con
su fe y no podría tener confianza para rogar a Dios que le librase.
Pero por muy profundo que sea el sentimiento que tiene de su indig-
nidad, no tiene culpas escondidas que revelar. Sus pecados han sido
examinados y borrados en el juicio; y no puede recordarlos.
Satanás induce a muchos a creer que Dios no se fija en la infide-
lidad de ellos respecto a los asuntos menudos de la vida; pero, en su
actitud con Jacob, el Señor demuestra que en manera alguna sancio-
nará ni tolerará el mal. Todos los que tratan de excusar u ocultar sus
pecados, dejándolos sin confesar y sin haber sido perdonados en los
registros del cielo, serán vencidos por Satanás. Cuanto más exaltada
sea su profesión y honroso el puesto que desempeñen, tanto más
graves aparecen sus faltas a la vista de Dios, y tanto más seguro es
el triunfo de su gran adversario. Los que tardan en prepararse para
el día del Señor, no podrán hacerlo en el tiempo de la angustia ni en
ningún momento subsiguiente. El caso de los tales es desesperado.
Los cristianos profesos que llegarán sin preparación al último y
terrible conflicto, confesarán sus pecados con palabras de angustia
consumidora, mientras los impíos se reirán de esa angustia. Esas
confesiones son del mismo carácter que las de Esaú o de Judas. Los
que las hacen lamentan los resultados de la transgresión, pero no
su culpa misma. No sienten verdadera contrición ni horror al mal.
Reconocen sus pecados por temor al castigo; pero, lo mismo que
Faraón, volverían a maldecir al cielo si se suspendiesen los juicios
de Dios.
La historia de Jacob nos da además la seguridad de que Dios no
rechazará a los que han sido engañados, tentados y arrastrados al
pecado, pero que hayan vuelto a él con verdadero arrepentimiento.
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Mientras Satanás trata de acabar con esta clase de personas, Dios
enviará sus ángeles para consolarlas y protegerlas en el tiempo de
peligro. Los asaltos de Satanás son feroces y resueltos, sus engaños