Página 590 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
terribles, pero el ojo de Dios descansa sobre su pueblo y su oído
escucha su súplica. Su aflicción es grande, las llamas del horno
parecen estar a punto de consumirlos; pero el Refinador los sacará
como oro purificado por el fuego. El amor de Dios para con sus hijos
durante el período de su prueba más dura es tan grande y tan tierno
como en los días de su mayor prosperidad; pero necesitan pasar por
el horno de fuego; debe consumirse su mundanalidad, para que la
imagen de Cristo se refleje perfectamente.
Los tiempos de apuro y angustia que nos esperan requieren una
fe capaz de soportar el cansancio, la demora y el hambre, una fe que
no desmaye a pesar de las pruebas más duras. El tiempo de gracia les
es concedido a todos a fin de que se preparen para aquel momento.
Jacob prevaleció porque fue perseverante y resuelto. Su victoria es
prueba evidente del poder de la oración importuna. Todos los que
se aferren a las promesas de Dios como lo hizo él, y que sean tan
sinceros como él lo fue, tendrán tan buen éxito como él. Los que no
están dispuestos a negarse a sí mismos, a luchar desesperadamente
ante Dios y a orar mucho y con empeño para obtener su bendición,
no lo conseguirán. ¡Cuán pocos cristianos saben lo que es luchar con
Dios! ¡Cuán pocos son los que jamás suspiraron por Dios con ardor
hasta tener como en tensión todas las facultades del alma! Cuando
olas de indecible desesperación envuelven al suplicante, ¡cuán raro
es verle atenerse con fe inquebrantable a las promesas de Dios!
Los que solo ejercitan poca fe, están en mayor peligro de caer
bajo el dominio de los engaños satánicos y del decreto que vio-
lentará las conciencias. Y aun en caso de soportar la prueba, en el
tiempo de angustia se verán sumidos en mayor aflicción porque no
se habrán acostumbrado a confiar en Dios. Las lecciones de fe que
hayan descuidado, tendrán que aprenderlas bajo el terrible peso del
desaliento.
Deberíamos aprender ahora a conocer a Dios, poniendo a prueba
sus promesas. Los ángeles toman nota de cada oración ferviente y
sincera. Sería mejor sacrificar nuestros propios gustos antes que des-
cuidar la comunión con Dios. La mayor pobreza y la más absoluta
abnegación, con la aprobación divina, valen más que las riquezas,
los honores, las comodidades y amistades sin ella. Debemos darnos
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tiempo para orar. Si nos dejamos absorber por los intereses munda-