Página 62 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
derecho de supremacía en la iglesia y que ellos no podían rendirle
más que la sumisión que era debida a cualquier discípulo de Cristo.
Varias tentativas se hicieron para conseguir que se sometiesen a
Roma, pero estos humildes cristianos, espantados del orgullo que
ostentaban los emisarios papales, respondieron con firmeza que ellos
no reconocían a otro jefe que a Cristo. Entonces se reveló el verda-
dero espíritu del papado. El enviado católico romano les dijo: “Si
no recibís a los hermanos que os traen paz, recibiréis a los enemigos
que os traerán guerra; si no os unís con nosotros para mostrar a los
sajones el camino de vida, recibiréis de ellos el golpe de muerte” (J.
H. Merle d’Aubigné,
Histoire de la Réformation du seizième siècle
,
París, 1835-53, libro 17, cap. 2). No fueron vanas estas amenazas.
La guerra, la intriga y el engaño se emplearon contra estos testigos
que sostenían una fe bíblica, hasta que las iglesias de la primitiva
Inglaterra fueron destruidas u obligadas a someterse a la autoridad
del papa.
En los países que estaban fuera de la jurisdicción de Roma
existieron por muchos siglos grupos de cristianos que permanecieron
casi enteramente libres de la corrupción papal. Rodeados por el
paganismo, con el transcurso de los años fueron afectados por sus
errores; no obstante siguieron considerando la Biblia como la única
regla de fe y adhiriéndose a muchas de sus verdades. Creían estos
cristianos en el carácter perpetuo de la ley de Dios y observaban
el sábado del cuarto mandamiento. Hubo en el África central y
entre los armenios de Asia iglesias que mantuvieron esta fe y esta
observancia.
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Mas entre los que resistieron las intrusiones del poder papal, los
valdenses fueron los que más sobresalieron. En el mismo país en
donde el papado asentara sus reales fue donde encontraron mayor
oposición su falsedad y corrupción. Las iglesias del Piamonte man-
tuvieron su independencia por algunos siglos, pero al fin llegó el
tiempo en que Roma insistió en que se sometieran. Tras larga serie
de luchas inútiles, los jefes de estas iglesias reconocieron, aunque
de mala gana, la supremacía de aquel poder al que todo el mundo
parecía rendir homenaje. Hubo sin embargo algunos que rehusaron
sujetarse a la autoridad de papas o prelados. Determinaron mantener-
se leales a Dios y conservar la pureza y sencillez de su fe. Se efectuó
una separación. Los que permanecieron firmes en la antigua fe se