Página 67 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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Fieles portaantorchas
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de la verdad que por tanto tiempo habían ocultado los que querían
elevarse a sí mismos sobre Dios.
Trabajando con paciencia y tenacidad en profundas y oscuras
cavernas de la tierra, alumbrándose con antorchas, copiaban las
Sagradas Escrituras, versículo por versículo, y capítulo por capítulo.
Así proseguía la obra y la Palabra revelada de Dios brillaba como oro
puro; pero solo los que se empeñaban en esa obra podían discernir
cuánto más pura, radiante y bella era aquella luz por efecto de las
grandes pruebas que sufrían ellos. Ángeles del cielo rodeaban a tan
fieles servidores.
Satanás había incitado a los sacerdotes del papa a que sepultaran
la Palabra de verdad bajo los escombros del error, la herejía y la
superstición; pero ella conservó de un modo maravilloso su pureza
a través de todas las edades tenebrosas. No llevaba la marca del
hombre sino el sello de Dios. Incansables han sido los esfuerzos del
hombre para oscurecer la sencillez y claridad de las Santas Escrituras
y para hacerles contradecir su propio testimonio, pero a semejanza
del arca que flotó sobre las olas agitadas y profundas, la Palabra de
Dios cruza ilesa las tempestades que amenazan destruirla. Como las
minas tienen ricas vetas de oro y plata ocultas bajo la superficie de la
tierra, de manera que todo el que quiere hallar el precioso depósito
debe forzosamente cavar para encontrarlo, así también contienen las
Sagradas Escrituras tesoros de verdad que solo se revelan a quien
los busca con sinceridad, humildad y abnegación. Dios se había
propuesto que la Biblia fuese un libro de instrucción para toda la
humanidad en la niñez, en la juventud y en la edad adulta, y que
fuese estudiada en todo tiempo. Dio su Palabra a los hombres como
una revelación de sí mismo. Cada verdad que vamos descubriendo
es una nueva revelación del carácter de su Autor. El estudio de las
Sagradas Escrituras es el medio divinamente instituido para poner a
los hombres en comunión más estrecha con su Creador y para darles
a conocer más claramente su voluntad. Es el medio de comunicación
entre Dios y el hombre.
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Si bien los valdenses consideraban el temor de Dios como el
principio de la sabiduría, no dejaban de ver lo importante que es
tratar con el mundo, conocer a los hombres y llevar una vida activa
para desarrollar la inteligencia y para despertar las percepciones.
De sus escuelas en las montañas enviaban algunos jóvenes a las