Página 68 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
instituciones de saber de las ciudades de Francia e Italia, donde
encontraban un campo más vasto para estudiar, pensar y observar,
que el que encontraban en los Alpes de su tierra. Los jóvenes así
enviados estaban expuestos a las tentaciones, presenciaban de cerca
los vicios y tropezaban con los astutos agentes de Satanás que les
insinuaban las herejías más sutiles y los más peligrosos engaños.
Pero habían recibido desde la niñez una sólida educación que los
preparara convenientemente para hacer frente a todo esto.
En las escuelas adonde iban no debían intimar con nadie. Su
ropa estaba confeccionada de tal modo que podía muy bien ocultar
el mayor de sus tesoros: los preciosos manuscritos de las Sagradas
Escrituras. Estos, que eran el fruto de meses y años de trabajo, los
llevaban consigo, y, siempre que podían hacerlo sin despertar sospe-
cha, ponían cautelosamente alguna porción de la Biblia al alcance
de aquellos cuyo corazón parecía dispuesto a recibir la verdad. La
juventud valdense era educada con tal objeto desde el regazo de
la madre; comprendía su obra y la desempeñaba con fidelidad. En
estas casas de estudios se ganaban conversos a la verdadera fe, y con
frecuencia se veía que sus principios compenetraban toda la escuela;
con todo, los dirigentes papales no podían encontrar, ni aun apelando
a minuciosa investigación, la fuente de lo que ellos llamaban herejía
corruptora.
El espíritu de Cristo es un espíritu misionero. El primer impulso
del corazón regenerado es el de traer a otros también al Salvador.
Tal era el espíritu de los cristianos valdenses. Comprendían que
Dios no requería de ellos tan solo que conservaran la verdad en su
pureza en sus propias iglesias, sino que hicieran honor a la solemne
responsabilidad de hacer que su luz iluminara a los que estaban en
tinieblas. Con el gran poder de la Palabra de Dios procuraban des-
trozar el yugo que Roma había impuesto. Los ministros valdenses
eran educados como misioneros, y a todos los que pensaban dedi-
carse al ministerio se les exigía primero que adquiriesen experiencia
como evangelistas. Todos debían servir tres años en alguna tierra
de misión antes de encargarse de alguna iglesia en la suya. Este
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servicio, que desde el principio requería abnegación y sacrificio, era
una preparación adecuada para la vida que los pastores llevaban en
aquellos tiempos de prueba. Los jóvenes que eran ordenados para
el sagrado ministerio no veían en perspectiva ni riquezas ni gloria