Página 71 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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Fieles portaantorchas
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real, y su unión con él debe ser tan estrecha como la de un miembro
con el cuerpo o como la de un pámpano con la vid.
Las enseñanzas de los papas y de los sacerdotes habían inducido
a los hombres a considerar el carácter de Dios, y aun el de Cris-
to, como austero, tétrico y antipático. Se representaba al Salvador
tan desprovisto de toda simpatía hacia los hombres caídos, que era
necesario invocar la mediación de los sacerdotes y de los santos.
Aquellos cuya inteligencia había sido iluminada por la Palabra de
Dios ansiaban mostrar a estas almas que Jesús es un Salvador com-
pasivo y amante, que con los brazos abiertos invita a que vayan a
él todos los cargados de pecados, cuidados y cansancio. Anhelaban
derribar los obstáculos que Satanás había ido amontonando para im-
pedir a los hombres que viesen las promesas y fueran directamente
a Dios para confesar sus pecados y obtener perdón y paz.
Los misioneros valdenses se empeñaban en descubrir a los es-
píritus investigadores las verdades preciosas del evangelio, y con
muchas precauciones les presentaban porciones de las Santas Escri-
turas esmeradamente escritas. Su mayor gozo era infundir esperanza
a las almas sinceras y agobiadas por el peso del pecado, que no
podían ver en Dios más que un juez justiciero y vengativo. Con
voz temblorosa y lágrimas en los ojos y muchas veces hincados de
hinojos, presentaban a sus hermanos las preciosas promesas que
revelaban la única esperanza del pecador. De este modo la luz de
la verdad penetraba en muchas mentes oscurecidas, disipando las
nubes de tristeza hasta que el sol de justicia brillaba en el corazón
impartiendo salud con sus rayos. Frecuentemente leían una y otra
vez alguna parte de las Sagradas Escrituras a petición del que es-
cuchaba, que quería asegurarse de que había oído bien. Lo que se
deseaba en forma especial era la repetición de estas palabras: “La
sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”.
1 Juan 1:7
.
“Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario
que el Hijo del hombre sea levantado; para que todo aquel que en él
creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna”.
Juan 3:14, 15
.
Muchos no se dejaban engañar por los asertos de Roma. Com-
prendían la nulidad de la mediación de hombres o ángeles en favor
del pecador. Cuando la aurora de la luz verdadera alumbraba su
entendimiento exclamaban con alborozo: “Cristo es mi Sacerdote,
su sangre es mi sacrificio, su altar es mi confesionario”. Confiaban
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