Página 72 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
plenamente en los méritos de Jesús, y repetían las palabras: “Sin fe
es imposible agradar a Dios”.
Hebreos 11:6
. “Porque no hay otro
nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser
salvos”.
Hechos 4:12
.
La seguridad del amor del Salvador era cosa que muchas de estas
pobres almas agitadas por los vientos de la tempestad no podían
concebir. Tan grande era el alivio que les traía, tan inmensa la pro-
fusión de luz que sobre ellos derramaba, que se creían arrebatados
al cielo. Con plena confianza ponían su mano en la de Cristo; sus
pies se asentaban sobre la Roca de los siglos. Perdían todo temor
a la muerte. Ya podían ambicionar la cárcel y la hoguera si por su
medio podían honrar el nombre de su Redentor.
En lugares secretos la Palabra de Dios era así sacada a luz y leída
a veces a una sola alma, y en ocasiones a algún pequeño grupo que
deseaba con ansias la luz y la verdad. Con frecuencia se pasaba toda
la noche de esa manera. Tan grandes eran el asombro y la admiración
de los que escuchaban, que el mensajero de la misericordia, con no
poca frecuencia se veía obligado a suspender la lectura hasta que el
entendimiento llegara a darse bien cuenta del mensaje de salvación.
A menudo se proferían palabras como estas: “¿Aceptará Dios en
verdad mi ofrenda?” “¿Me mirará con ternura?” “¿Me perdonará?”
La respuesta que se les leía era: “¡Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados, y yo os daré descanso!”
Mateo 11:28 (VM)
.
La fe se aferraba de las promesas, y se oía esta alegre respuesta:
“Ya no habrá que hacer más peregrinaciones, ni viajes penosos a
los santuarios. Puedo acudir a Jesús, tal como soy, pecador e impío,
seguro de que no desechará la oración de arrepentimiento. ‘Los
pecados te son perdonados’. ¡Los míos, sí, aun los míos pueden ser
perdonados!”
Un raudal de santo gozo llenaba el corazón, y el nombre de Jesús
era ensalzado con alabanza y acción de gracias. Esas almas felices
volvían a sus hogares a derramar luz, para contar a otros, lo mejor
que podían, lo que habían experimentado y cómo habían encontrado
el verdadero Camino. Había un poder extraño y solemne en las
palabras de la Santa Escritura que hablaba directamente al corazón
de aquellos que anhelaban la verdad. Era la voz de Dios que llevaba
el convencimiento a los que oían.