Página 102 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
Aunque el mismo papa se había hecho culpable de crímenes
mayores que aquellos de que Hus había acusado a los sacerdotes, y
por los cuales exigía que se hiciese una reforma, con todo, el mis-
mo concilio que degradara al pontífice, procedió a concluir con el
reformador. El encarcelamiento de Hus despertó grande indignación
en Bohemia. Algunos nobles poderosos se dirigieron al concilio
protestando contra tamaño ultraje. El emperador, que de mala gana
había consentido en que se violase su salvoconducto, se opuso a
que se procediera contra él. Pero los enemigos del reformador eran
malévolos y resueltos. Apelaron a las preocupaciones del emperador,
a sus temores y a su celo por la iglesia. Le presentaron argumentos
muy poderosos para convencerle de que “no había que guardar la pa-
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labra empeñada con herejes, ni con personas sospechosas de herejía,
aun cuando estuvieran provistas de salvoconductos del emperador
y de reyes.”—Jacques Lenfant,
Histoire du Concile de Constance,
tomo 1, pág. 493 (Amsterdam, 1727). De ese modo se salieron con
la suya.
Debilitado por la enfermedad y por el encierro, pues el aire
húmedo y sucio del calabozo le ocasionó una fiebre que estuvo a
punto de llevarle al sepulcro, Hus fué al fin llevado ante el concilio.
Cargado de cadenas se presentó ante el emperador que empeñara
su honor y buena fe en protegerle. Durante todo el largo proceso
sostuvo Hus la verdad con firmeza, y en presencia de los dignatarios
de la iglesia y del estado allí reunidos elevó una enérgica y solemne
protesta contra la corrupción del clero. Cuando se le exigió que
escogiese entre retractarse o sufrir la muerte, eligió la suerte de los
mártires.
El Señor le sostuvo con su gracia. Durante las semanas de pa-
decimientos que sufrió antes de su muerte, la paz del cielo inundó
su alma. “Escribo esta carta—decía a un amigo—en la cárcel, y
con la mano encadenada, esperando que se cumpla mañana mi sen-
tencia de muerte... En el día aquél en que por la gracia del Señor
nos encontremos otra vez gozando de la paz deliciosa de ultra-
tumba, sabrás cuán misericordioso ha sido Dios conmigo y de qué
modo tan admirable me ha sostenido en medio de mis pruebas y
tentaciones.”—Bonnechose, lib. 3, pág. 74.
En la obscuridad de su calabozo previó el triunfo de la fe ver-
dadera. Volviendo en sueños a su capilla de Praga donde había