Página 144 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
hostil que respecto de él acariciaban los romanistas. “Os echarán en
una hoguera—le decían,—y os reducirán a cenizas como lo hicieron
con Juan Hus.” El contestaba: “Aun cuando encendiesen un fuego
que se extendiera desde Worms hasta Wittenberg, y se elevara hasta
el cielo, lo atravesaría en nombre del Señor; compareceré ante ellos,
entraré en la boca de ese Behemoth, romperé sus dientes, y confesaré
a nuestro Señor Jesucristo.”—
Ibid
.
Al tener noticias de que se aproximaba a Worms, el pueblo se
conmovió. Sus amigos temblaron recelando por su seguridad; los
enemigos temblaron porque desconfiaban del éxito de su causa. Se
hicieron los últimos esfuerzos para disuadir a Lutero de entrar en la
ciudad. Por instigación de los papistas se le instó a hospedarse en
el castillo de un caballero amigo, en donde, se aseguraba, todas las
dificultades podían arreglarse pacíficamente. Sus amigos se esforza-
ron por despertar temores en él describiéndole los peligros que le
amenazaban. Todos sus esfuerzos fracasaron. Lutero sin inmutarse,
dijo: “Aunque haya tantos diablos en Worms cuantas tejas hay en
los techos, entraré allí.”—
Ibid
.
Cuando llegó a Worms una enorme muchedumbre se agolpó a
las puertas de la ciudad para darle la bienvenida. No se había reunido
un concurso tan grande para saludar la llegada del emperador mismo.
La agitación era intensa, y de en medio del gentío se elevó una voz
quejumbrosa que cantaba una endecha fúnebre, como tratando de
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avisar a Lutero de la suerte que le estaba reservada. “Dios será mi
defensa,” dijo él al apearse de su carruaje.
Los papistas no creían que Lutero se atrevería a comparecer en
Worms, y su llegada a la ciudad fué para ellos motivo de profunda
consternación. El emperador citó inmediatamente a sus consejeros
para acordar lo que debía hacerse. Uno de los obispos, fanático
papista, dijo: “Mucho tiempo hace que nos hemos consultado so-
bre este asunto. Deshágase pronto de ese hombre vuestra majestad
imperial. ¿No hizo quemar Segismundo a Juan Hus? Nadie está obli-
gado a conceder ni a respetar un salvoconducto dado a un hereje.”
“No—dijo el emperador;—lo que uno ha prometido es menester
cumplirlo.”—
Id.,
cap. 8. Se convino entonces en que el reformador
sería oído.
Todos ansiaban ver a aquel hombre tan notable, y en inmenso
número se agolparon junto a la casa en donde se hospedaba. Hacía