El despertar de España
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Le volvieron a conducir a Sevilla, y le encerraron entre los muros
de la Inquisición, donde durante más de dos años se hizo cuanto
fué posible para inducirle a que delatara a sus amigos, pero sin
resultado alguno Fiel hasta el fin, sufrió valientemente el martirio
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de la hoguera, gozoso de haber sido honrado con el privilegio de
“introducir la luz de la verdad divina en su descarriado país,” y
seguro de que el día del juicio final, al comparecer ante su Hacedor,
oiría las palabras de aprobación divina que le permitirían vivir para
siempre con su Señor.
No obstante, aunque desafortunados en sus esfuerzos para con-
seguir de Hernández datos que llevaran al descubrimiento de los
amigos de éste, “al fin llegaron los inquisidores a conocer el secreto
que tanto deseaban saber.”—M’Crie, cap. 7. Por aquel mismo en-
tonces, uno de sus agentes secretos consiguió informes análogos
referentes a la iglesia de Valladolid.
Inmediatamente los que estaban a cargo de la Inquisición en
España “despacharon mensajeros a los diferentes tribunales inqui-
sitoriales del reino, ordenándoles que hicieran investigaciones con
el mayor sigilo en sus respectivas jurisdicciones, y que estuvieran
listos para proceder en común tan pronto como recibieran nuevas
instrucciones.”—
Ibid
. Así, silenciosamente y con presteza, se consi-
guieron los nombres de centenares de creyentes, y al tiempo señalado
y sin previo aviso, fueron éstos capturados simultáneamente y encar-
celados. Los miembros nobles de las prósperas iglesias de Valladolid
y de Sevilla, los monjes que permanecieron en el monasterio de San
Isidro del Campo, los fieles creyentes que vivían lejos en el norte,
al pie de los Pirineos, y otros más en Toledo, Granada, Murcia y
Valencia, todos se vieron de pronto encerrados entre los muros de la
Inquisición, para sellar luego su testimonio con su sangre.
“Las personas convictas de luteranisrno ... eran tan numerosas
que alcanzaron a abastecer con víctimas cuatro grandes y tétricos
autos de fe en el curso de los dos años subsiguientes... Dos se
celebraron en Valladolid, en 1559; uno en Sevilla, el mismo año,
y otro el 22 de diciembre de 1560.”—B. B. Wiffen, Nota en su
reimpresión de la
Epístola consolatoria,
de Juan Pérez, pág. 17.
Entre los primeros que fueron apresados en Sevilla figuraba el
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Dr. Constantino Ponce de la Fuente, que había trabajado tanto tiem-
po sin despertar sospechas. “Cuando se le dió la noticia a Carlos