El despertar de España
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y fortaleza, que antes que someterse a creer con sus compañeros lo
que se les exigiera, resolvió morir en las llamas. Por mucho que lo
observara, no pude notar ni el más mínimo síntoma de temor o de
dolor; eso sí, se reflejaba en su semblante una tristeza cual nunca
había yo visto.’”—M’Crie, cap. 7.
Su esposa no olvidó jamás su mirada de despedida. “La idea—
dice el historiador—de que había causado dolor a su corazón durante
el terrible conflicto por el que tuvo que pasar, avivó la llama del afec-
to que hacia la religión reformada ardía secretamente en su pecho;
y habiendo resuelto, confiada en el poder que se perfecciona en la
flaqueza,” seguir el ejemplo de constancia dado por el mártir, “in-
terrumpió resueltamente el curso de penitencia a que había dado
principio.” En el acto fué arrojada en la cárcel, donde durante ocho
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años resistió a todos los esfuerzos hechos por los inquisidores para
que se retractara, y por fin murió ella también en la hoguera como
había muerto su marido. Quién no será del mismo parecer que su
paisano, De Castro, cuando exclama: “¡Infelices esposos, iguales
en el amor, iguales en las doctrinas e iguales en la muerte! ¿Quién
negará una lágrima a vuestra memoria y un sentimiento de horror
y de desprecio a unos jueces que, en vez de encadenar los entendi-
mientos con la dulzura de la Palabra divina, usaron como armas del
raciocinio, los potros y las hogueras?”—De Castro, pág. 171.
Tal fué la suerte que corrieron muchos que en España se habían
identificado íntimamente con la Reforma protestante en el siglo XVI,
pero de esto “no debemos sacar la conclusión de que los mártires
españoles sacrificaran sus vidas y derramaran su sangre en vano.
Ofrecieron a Dios sacrificios de grato olor. Dejaron en favor de la
verdad un testimonio que no se perdió del todo.”—M’Crie, Prefacio.
Al través de los siglos este testimonio hizo resaltar la constancia
de los que prefirieron obedecer a Dios antes que a los hombres; y
subsiste hoy día para inspirar aliento a quienes decidan mantenerse
firmes, en la hora de prueba, en defensa de las verdades de la Palabra
de Dios, y para que con su constancia y fe inquebrantable sean
testimonios vivos del poder transformador de la gracia redentora.
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