En los Países Bajos y Escandinavia
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de Melanchton, y con diligencia se pusieron a enseñar las mismas
verdades en que fueron instruidos. Como el gran reformador, Olaf,
con su fervor y su elocuencia, despertaba al pueblo, mientras que
Lorenzo, como Melanchton, era sabio, juicioso, y de ánimo sereno.
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Ambos eran hombres de piedad ardiente, de profundos conocimien-
tos teológicos y de un valor a toda prueba al luchar por el avance de
la verdad. No faltó la oposición de los papistas. Los sacerdotes cató-
licos incitaban a las multitudes ignorantes y supersticiosas. La turba
asaltó repetidas veces a Olaf Petri, y en más de una ocasión sólo a
duras penas pudo escapar con vida. Sin embargo, estos reformadores
eran favorecidos y protegidos por el rey.
Bajo el dominio de la iglesia romana el pueblo quedaba sumido
en la miseria y deprimido por la opresión. Carecía de las Escrituras,
y como tenía una religión de puro formalismo y ceremonias, que no
daba luz al espíritu, la gente regresaba a las creencias supersticiosas y
a las prácticas paganas de sus antepasados. La nación estaba dividida
en facciones que contendían unas con otras, lo cual agravaba la
miseria general del pueblo. El rey decidió reformar la iglesia y el
estado y acogió cordialmente a esos valiosos auxiliares en su lucha
contra Roma.
En presencia del monarca y de los hombres principales de Sue-
cia, Olaf Petri defendió con mucha habilidad las doctrinas de la fe
reformada, contra los campeones del romanismo. Manifestó que
las doctrinas de los padres de la iglesia no debían aceptarse sino
cuando concordasen con lo que dice la Sagrada Escritura, y que
las doctrinas esenciales de la fe están expresadas en la Biblia de
un modo claro y sencillo, que todos pueden entender. Cristo dijo;
“Mi enseñanza no es mía, sino de Aquel que me envoi” (
Juan 7:16,
VM
); y Pablo declaró que si predicara él otro evangelio que el que
había recibido, sería anatema.
Gálatas 1:8
. “Por lo tanto—preguntó
el reformador,—¿cómo pueden otros formular dogmas a su antojo e
imponerlos como cosas necesarias para la salvación?”—Wylie, lib.
10, cap. 4. Probó que los decretos de la iglesia no tienen autoridad
cuando están en pugna con los mandamientos de Dios, y sostuvo el
gran principio protestante de que “la Biblia y la Biblia sola” es la
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regla de fe y práctica.
Este debate, si bien se desarrolló es un escenario comparativa-
mente obscuro, sirve “para dar a conocer la clase de hombres que