Página 253 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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La verdad progresa en Inglaterra
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dos habían sido muy estimados por su fervor y su piedad cuando
estuvieron en la comunión de la iglesia romana. Su oposición al
papado fué resultado del conocimiento que tuvieron de los errores
de la “santa sede.” Por estar familiarizados con los misterios de
Babilonia, tuvieron más poder para alegar contra ella.
“Ahora voy a hacer una pregunta peregrina—decía Látimer,—
¿sabéis cuál es el obispo y prelado más diligente de toda Inglaterra?
... Veo que escucháis y que deseáis conocerle... Pues, os diré quién
es. Es el diablo... Nunca está fuera de su diócesis; ... id a verle
cuando queráis, siempre está en casa; ... siempre está con la mano
en el arado... Os aseguro que nunca lo encontraréis ocioso. En
donde el diablo vive, ... abajo los libros, vivan los cirios; mueran
las Biblias y vivan los rosarios; abajo la luz del Evangelio y viva
la de los cirios, aun a mediodía; ... afuera con la cruz de Cristo y
vivan los rateros del purgatorio; ... nada de vestir a los desnudos,
a los pobres, a los desamparados, y vamos adornando imágenes y
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ataviando alegremente piedras y palos; arriba las tradiciones y leyes
humanas, abajo Dios y su santísima Palabra... ¡Mal haya que no sean
nuestros prelados tan diligentes en sembrar buenas doctrinas como
Satanás lo es para sembrar abrojos y cizaña!”—
Id.,
“Sermon of the
Plough.”
El gran principio que sostenían estos reformadores—el mismo
que sustentaron los valdenses, Wiclef, Juan Hus, Lutero, Zuinglio y
los que se unieron a ellos—era la infalible autoridad de las Santas
Escrituras como regla de fe y práctica. Negaban a los papas, a los
concilios, a los padres y a los reyes todo derecho para dominar las
conciencias en asuntos de religión. La Biblia era su autoridad y por
las enseñanzas de ella juzgaban todas las doctrinas y exigencias. La
fe en Dios y en su Palabra era la que sostenía a estos santos varones
cuando entregaban su vida en la hoguera. “Ten buen ánimo—decía
Látimer a su compañero de martirio cuando las llamas estaban a
punto de acallar sus voces,—que en este día encenderemos una
luz tal en Inglaterra, que, confío en la gracia de Dios, jamás se
apagará.”—
Works of Hugh Latimer,
tomo 1, pág. XIII.
En Escocia la semilla de la verdad esparcida por Colombano
y sus colaboradores no se había malogrado nunca por completo.
Centenares de años después que las iglesias de Inglaterra se hubieron
sometido al papa, las de Escocia conservaban aún su libertad. En