América, tierra de libertad
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estarían tan dispuestos a recibir la luz adicional como lo estuvieron
para aceptar la primera que les fué dispensada.”—D. Neal,
History
of the Puritans,
tomo 1, pág. 269.
“Recordad el pacto de vuestra iglesia, en el que os comprometis-
teis a andar en todos los caminos que el Señor os ha dado u os diere a
conocer. Recordad vuestra promesa y el pacto que hicisteis con Dios
y unos con otros, de recibir cualquier verdad y luz que se os muestre
en su Palabra escrita. Pero, con todo, tened cuidado, os ruego, de ver
qué es lo que aceptáis como verdad. Examinadlo, consideradlo, y
comparadlo con otros pasajes de las Escrituras de verdad antes de
aceptarlo; porque no es posible que el mundo cristiano, salido hace
poco de tan densas tinieblas anticristianas, pueda llegar en seguida
a un conocimiento perfecto en todas las cosas.”—Martyn, tomo 5,
págs. 70, 71.
El deseo de tener libertad de conciencia fué lo que dió valor a los
peregrinos para exponerse a los peligros de un viaje a través del mar,
para soportar las privaciones y riesgos de las soledades selváticas
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y con la ayuda de Dios echar los cimientos de una gran nación en
las playas de América. Y sin embargo, aunque eran honrados y te-
merosos de Dios, los peregrinos no comprendieron el gran principio
de la libertad religiosa, y aquella libertad por cuya consecución se
impusieran tantos sacrificios, no estuvieron dispuestos a concederla
a otros. “Muy pocos aun entre los más distinguidos pensadores y
moralistas del siglo XVII tuvieron un concepto justo de ese gran
principio, esencia del Nuevo Testamento, que reconoce a Dios como
único juez de la fe humana.”—
Id.,
pág. 297. La doctrina que sostiene
que Dios concedió a la iglesia el derecho de regir la conciencia y de
definir y castigar la herejía, es uno de los errores papales más arraiga-
dos. A la vez que los reformadores rechazaban el credo de Roma, no
estaban ellos mismos libres por completo del espíritu de intolerancia
de ella. Las densas tinieblas en que, al través de los interminables
siglos de su dominio, el papado había envuelto a la cristiandad, no
se habían disipado del todo. En cierta ocasión dijo uno de los prin-
cipales ministros de la colonia de la Bahía de Massachusetts: “La
tolerancia fué la que hizo anticristiano al mundo. La iglesia no se
perjudica jamás castigando a los herejes.”—
Id.,
335. Los colonos
acordaron que solamente los miembros de la iglesia tendrían voz
en el gobierno civil. Organizóse una especie de iglesia de estado,