Página 294 - El Conflicto de los Siglos (1954)

Basic HTML Version

290
El Conflicto de los Siglos
en la cual todos debían contribuir para el sostén del ministerio, y
los magistrados tenían amplios poderes para suprimir la herejía. De
esa manera el poder secular quedaba en manos de la iglesia, y no se
hizo esperar mucho el resultado inevitable de semejantes medidas:
la persecución.
Once años después de haber sido fundada la primera colonia,
llegó Rogelio Williams al Nuevo Mundo. Como los primeros pe-
regrinos, vino para disfrutar de libertad religiosa, pero de ellos se
diferenciaba en que él vió lo que pocos de sus contemporáneos ha-
bían visto, a saber que esa libertad es derecho inalienable de todos,
cualquiera que fuere su credo. Investigó diligentemente la verdad,
pensando, como Robinson, que no era posible que hubiese sido re-
[338]
cibida ya toda la luz que de la Palabra de Dios dimana. Williams
“fué la primera persona del cristianismo moderno que estableció el
gobierno civil de acuerdo con la doctrina de la libertad de concien-
cia, y la igualdad de opiniones ante la ley.”—Bancroft, parte 1, cap.
15. Sostuvo que era deber de los magistrados restringir el crimen
mas nunca regir la conciencia. Decía: “El público o los magistrados
pueden fallar en lo que atañe a lo que los hombres se deben unos a
otros, pero cuando tratan de señalar a los hombres las obligaciones
para con Dios, obran fuera de su lugar y no puede haber seguridad
alguna, pues resulta claro que si el magistrado tiene tal facultad,
bien puede decretar hoy una opinión y mañana otra contraria, tal
como lo hicieron en Inglaterra varios reyes y reinas, y en la iglesia
romana los papas y los concilios, a tal extremo que la religión se ha
convertido en una completa confusión.”—Martyn, tomo 5, pág. 340.
La asistencia a los cultos de la iglesia establecida era obligatoria
so pena de multa o de encarcelamiento. “Williams reprobó tal ley;
la peor cláusula del código inglés era aquella en la que se obligaba
a todos a asistir a la iglesia parroquial. Consideraba él que obligar
a hombres de diferente credo a unirse entre sí, era una flagrante
violación de los derechos naturales del hombre; forzar a concurrir
a los cultos públicos a los irreligiosos e indiferentes era tan sólo
exigirles que fueran hipócritas... ‘Ninguno—decía él—debe ser
obligado a practicar ni a sostener un culto contra su consentimiento.’
‘¡Cómo!—replicaban sus antagonistas, espantados de los principios
expresados por Williams,—¿no es el obrero digno de su salario?’