Página 295 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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América, tierra de libertad
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‘Sí—respondía él,—cuando ese salario se lo dan los que quieren
ocuparle.’ ”—Bancroft, parte 1, cap. 15.
Rogelio Williams era respetado y querido como ministro fiel, co-
mo hombre de raras dotes, de intachable integridad y sincera benevo-
lencia. Sin embargo, su actitud resuelta al negar que los magistrados
civiles tuviesen autoridad sobre la iglesia y al exigir libertad religio-
sa, no podía ser tolerada. Se creía que la aplicación de semejante
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nueva doctrina, “alteraría el fundamento del estado y el gobierno
del país.”—
Ibid
. Le sentenciaron a ser desterrado de las colonias y
finalmente, para evitar que le arrestasen, se vió en la necesidad de
huir en medio de los rigores de un crudo invierno, y se refugió en
las selvas vírgenes.
“Durante catorce semanas—cuenta él,—anduve vagando en me-
dio de la inclemencia del invierno, careciendo en absoluto de pan
y de cama.” Pero “los cuervos me alimentaron en el desierto,” y el
hueco de un árbol le servía frecuentemente de albergue. (Martyn,
tomo 5, págs. 349, 350.) Así prosiguió su penosa huída por entre
la nieve y los bosques casi inaccesibles, hasta que encontró refu-
gio en una tribu de indios cuya confianza y afecto se había ganado
esforzándose por darles a conocer las verdades del Evangelio.
Después de varios meses de vida errante llegó al fin a orillas
de la bahía de Narragansett, donde echó los cimientos del primer
estado de los tiempos modernos que reconoció en el pleno sentido
de la palabra los derechos de la libertad religiosa. El principio fun-
damental de la colonia de Rogelio Williams, era “que cada hombre
debía tener libertad para adorar a Dios según el dictado de su propia
conciencia.”—
Id.,
354. Su pequeño estado, Rhode Island, vino a
ser un lugar de refugio para los oprimidos, y siguió creciendo y
prosperando hasta que su principio fundamental—la libertad civil y
religiosa—llegó a ser la piedra angular de la república americana de
los Estados Unidos.
En el antiguo documento que nuestros antepasados expidieron
como su carta de derechos—la Declaración de Independencia—
declaraban lo siguiente: “Sostenemos como evidentes estas verda-
des, a saber, que todos los hombres han sido creados iguales, que han
sido investidos por su Creador con ciertos derechos inalienables; que
entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.” Y
la Constitución garantiza en los términos más explícitos, la invio-