Página 328 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
de que llegaría a la conclusión a que había llegado. Apenas podía él
mismo creer en los resultados de su investigación. Pero las pruebas
de la Santa Escritura eran demasiado evidentes y concluyentes para
rechazarlas.
Había dedicado dos años al estudio de la Biblia, cuando, en 1818,
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llegó a tener la solemne convicción de que unos veinticinco años
después aparecería Cristo para redimir a su pueblo. “No necesito
hablar—dice Miller—del gozo que llenó mi corazón ante tan em-
belesadora perspectiva, ni de los ardientes anhelos de mi alma para
participar del júbilo de los redimidos. La Biblia fué para mí entonces
un libro nuevo. Era esto en verdad una fiesta de la razón; todo lo que
para mí había sido sombrío, místico u obscuro en sus enseñanzas,
había desaparecido de mi mente ante la clara luz que brotaba de
sus sagradas páginas; y ¡oh! ¡cuán brillante y gloriosa aparecía la
verdad! Todas las contradicciones y disonancias que había encontra-
do antes en la Palabra desaparecieron; y si bien quedaban muchas
partes que no comprendía del todo, era tanta la luz que de las Es-
crituras manaba para alumbrar mi inteligencia obscurecida, que al
estudiarlas sentía un deleite que nunca antes me hubiera figurado
que podría sacar de sus enseñanzas.”—Bliss, págs. 76, 77.
“Solemnemente convencido de que las Santas Escrituras anun-
ciaban el cumplimiento de tan importantes acontecimientos en tan
corto espacio de tiempo, surgió con fuerza en mi alma la cuestión de
saber cuál era mi deber para con el mundo, en vista de la evidencia
que había conmovido mi propio espíritu.”—
Id.,
81. No pudo menos
que sentir que era deber suyo impartir a otros la luz que había recibi-
do. Esperaba encontrar oposición de parte de los impíos, pero estaba
seguro de que todos los cristianos se alegrarían en la esperanza de
ir al encuentro del Salvador a quien profesaban amar. Lo único que
temía era que en su gran júbilo por la perspectiva de la gloriosa
liberación que debía cumplirse tan pronto, muchos recibiesen la
doctrina sin examinar detenidamente las Santas Escrituras para ver
si era la verdad. De aquí que vacilara en presentarla, por temor de
estar errado y de hacer descarriar a otros. Esto le indujo a revisar
las pruebas que apoyaban las conclusiones a que había llegado, y a
considerar cuidadosamente cualquiera dificultad que se presentase
a su espíritu. Encontró que las objeciones se desvanecían ante la
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luz de la Palabra de Dios como la neblina ante los rayos del sol.