Página 329 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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Una profecía significativa
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Los cinco años que dedicó a esos estudios le dejaron enteramente
convencido de que su manera de ver era correcta.
El deber de hacer conocer a otros lo que él creía estar tan cla-
ramente enseñado en las Sagradas Escrituras, se le impuso enton-
ces con nueva fuerza. “Cuando estaba ocupado en mi trabajo—
explicó,—sonaba continuamente en mis oídos el mandato: Anda y
haz saber al mundo el peligro que corre. Recordaba constantemente
este pasaje: Diciendo yo al impío: Impío, de cierto morirás; si tú no
hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá
por su pecado, mas su sangre yo la demandaré de tu mano. Y si
tú avisares al impío de su camino para que de él se aparte, y él no
se apartare de su camino, por su pecado morirá él, y tú libraste tu
vida.”
Ezequiel 33:8, 9
. Me parecía que si los impíos podían ser
amonestados eficazmente, multitudes de ellos se arrepentirían; y
que si no eran amonestados, su sangre podía ser demandada de mi
mano.”—Bliss, pág. 92.
Empezó a presentar sus ideas en círculo privado siempre que se
le ofrecía la oportunidad, rogando a Dios que algún ministro sintiese
la fuerza de ellas y se dedicase a proclamarlas. Pero no podía librarse
de la convicción de que tenía un deber personal que cumplir dando
el aviso. De continuo se presentaban a su espíritu las siguientes
palabras: “Anda y anúncialo al mundo; su sangre demandaré de tu
mano.” Esperó nueve años; y la carga continuaba pesando sobre
su alma, hasta que en 1831 expuso por primera vez en público las
razones de la fe que tenía.
Así como Eliseo fué llamado cuando seguía a sus bueyes en
el campo, para recibir el manto de la consagración al ministerio
profético, así también Guillermo Miller fué llamado a dejar su arado
y revelar al pueblo los misterios del reino de Dios. Con temblor dió
principio a su obra de conducir a sus oyentes paso a paso a través
de los períodos proféticos hasta el segundo advenimiento de Cristo.
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Con cada esfuerzo cobraba más energía y valor al ver el marcado
interés que despertaban sus palabras.
A la solicitación de sus hermanos, en cuyas palabras creyó oír el
llamamiento de Dios, se debió que Miller consintiera en presentar
sus opiniones en público. Tenía ya cincuenta años, y no estando
acostumbrado a hablar en público, se consideraba incapaz de hacer
la obra que de él se esperaba. Pero desde el principio sus labores