Página 331 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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Una profecía significativa
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En 1833 Miller recibió de la iglesia bautista, de la cual era miem-
bro, una licencia que le autorizaba para predicar. Además, buen
número de los ministros de su denominación aprobaban su obra, y
le dieron su sanción formal mientras proseguía sus trabajos.
Viajaba y predicaba sin descanso, si bien sus labores personales
se limitaban principalmente a los estados del este y del centro de
los Estados Unidos. Durante varios años sufragó él mismo todos
sus gastos de su bolsillo y ni aun más tarde se le costearon nunca
por completo los gastos de viaje a los puntos adonde se le llamaba.
De modo que, lejos de reportarle provecho pecuniario, sus labores
públicas constituían un pesado gravamen para su fortuna particular
que fué menguando durante este período de su vida. Era padre
de numerosa familia, pero como todos los miembros de ella eran
frugales y diligentes, su finca rural bastaba para el sustento de todos
ellos.
En 1833, dos años después de haber principiado Miller a presen-
tar en público las pruebas de la próxima venida de Cristo, apareció
la última de las señales que habían sido anunciadas por el Salvador
como precursoras de su segundo advenimiento. Jesús había dicho:
“Las estrellas caerán del cielo.”
Mateo 24:29
. Y Juan, al recibir la
visión de las escenas que anunciarían el día de Dios, declara en el
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Apocalipsis: “Las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la
higuera echa sus higos cuando es movida de gran viento.”
Apocalip-
sis 6:13
. Esta profecía se cumplió de modo sorprendente y pasmoso
con la gran lluvia meteórica del 13 de noviembre de 1833. Fué éste
el más dilatado y admirable espectáculo de estrellas fugaces que se
haya registrado, pues “¡sobre todos los Estados Unidos el firmamen-
to entero estuvo entonces, durante horas seguidas, en conmoción
ígnea! No ha ocurrido jamás en este país, desde el tiempo de los
primeros colonos, un fenómeno celestial que despertara tan grande
admiración entre unos, ni tanto terror ni alarma entre otros.” “Su
sublimidad y terrible belleza quedan aún grabadas en el recuerdo
de muchos... Jamás cayó lluvia más tupida que ésa en que cayeron
los meteoros hacia la tierra; al este, al oeste, al norte y al sur era
lo mismo. En una palabra, todo el cielo parecía en conmoción... El
espectáculo, tal como está descrito en el diario del profesor Silli-
man, fué visto por toda la América del Norte... Desde las dos de la
madrugada hasta la plena claridad del día, en un firmamento per-