Página 334 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
Sin embargo no prosiguió su obra sin encontrar violenta oposi-
ción. Como les sucediera a los primeros reformadores, las verdades
que proclamaba no fueron recibidas favorablemente por los maestros
religiosos del pueblo. Como éstos no podían sostener sus posiciones
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apoyándose en las Santas Escrituras, se vieron obligados a recurrir a
los dichos y doctrinas de los hombres, a las tradiciones de los padres.
Pero la Palabra de Dios era el único testimonio que aceptaban los
predicadores de la verdad del segundo advenimiento. “La Biblia, y
la Biblia sola,” era su consigna. La falta de argumentos bíblicos de
parte de sus adversarios era suplida por el ridículo y la burla. Tiem-
po, medios y talentos fueron empleados en difamar a aquellos cuyo
único crimen consistía en esperar con gozo el regreso de su Señor, y
en esforzarse por vivir santamente, y en exhortar a los demás a que
se preparasen para su aparición.
Serios fueron los esfuerzos que se hicieron para apartar la mente
del pueblo del asunto del segundo advenimiento. Se hizo aparecer
como pecado, como algo de que los hombres debían avergonzarse,
el estudio de las profecías referentes a la venida de Cristo y al fin del
mundo. Así los ministros populares socavaron la fe en la Palabra de
Dios. Sus enseñanzas volvían incrédulos a los hombres, y muchos
se arrogaron la libertad de andar según sus impías pasiones. Luego
los autores del mal echaban la culpa de él a los adventistas.
Mientras que un sinnúmero de personas inteligentes e interesadas
se apiñaban para oír a Miller, su nombre era rara vez mencionado
por la prensa religiosa y sólo para ridiculizarlo y acusarlo. Los
indiferentes y los impíos, alentados por la actitud de los maestros
de religión, recurrieron a epítetos difamantes, a chistes vulgares y
blasfemos, en sus esfuerzos para atraer el desprecio sobre el y su
obra. El siervo de Dios, encanecido en el servicio y que había dejado
su cómodo hogar para viajar a costa propia de ciudad en ciudad, y de
pueblo en pueblo, para proclamar al mundo la solemne amonestación
del juicio inminente, fué llamado fanático, mentiroso y malvado.
Las mofas, las mentiras y los ultrajes acumulados sobre él des-
pertaron la censura y la indignación hasta de la prensa profana. La
gente del mundo declaró que “tratar un tema de tan imponente ma-
jestad e importantes consecuencias” con ligereza y lenguaje vulgar,
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“no equivalía sólo a divertirse a costa de los sentimientos de sus pro-