Página 336 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
y falta de fe. Cuando la maldad de los antediluvianos le indujo
a enviar el diluvio sobre la tierra, les dió primero a conocer su
propósito para ofrecerles oportunidad de apartarse de sus malos
caminos. Durante ciento veinte años oyeron resonar en sus oídos la
amonestación que los llamaba al arrepentimiento, no fuese que la ira
de Dios los destruyese. Pero el mensaje se les antojó fábula ridícula,
y no lo creyeron. Envalentonándose en su maldad, se mofaron del
mensajero de Dios, se rieron de sus amenazas, y hasta le acusaron
de presunción. ¿Cómo se atrevía él solo a levantarse contra todos los
grandes de la tierra? Si el mensaje de Noé era verdadero, ¿por qué no
lo reconocía por tal el mundo entero? y ¿por qué no le daba crédito?
¡Era la afirmación de un hombre contra la sabiduría de millares! No
quisieron dar fe a la amonestación, ni buscar protección en el arca.
Los burladores llamaban la atención a las cosas de la
naturaleza,—a la sucesión invariable de las estaciones, al cielo azul
que nunca había derramado lluvia, a los verdes campos refrescados
por el suave rocío de la noche,—y exclamaban: “¿No habla acaso
en parábolas?” Con desprecio declaraban que el predicador de la
justicia era fanático rematado; y siguieron corriendo tras los placeres
y andando en sus malos caminos con más empeño que nunca antes.
Pero su incredulidad no impidió la realización del acontecimiento
predicho. Dios soportó mucho tiempo su maldad, dándoles amplia
oportunidad para arrepentirse, pero a su debido tiempo sus juicios
cayeron sobre los que habían rechazado su misericordia.
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Cristo declara que habrá una incredulidad análoga respecto a
su segunda venida. Así como en tiempo de Noé los hombres “no
entendieron hasta que vino el diluvio, y los llevó a todos; así,”
según las palabras de nuestro Salvador, “será la venida del Hijo del
hombre.”
Mateo 24:39 (VM)
. Cuando los que profesan ser el pueblo
de Dios se unan con el mundo, viviendo como él vive y compartiendo
sus placeres prohibidos; cuando el lujo del mundo se vuelva el
lujo de la iglesia; cuando las campanas repiquen a bodas, y todos
cuenten en perspectiva con muchos años de prosperidad mundana,—
entonces, tan repentinamente como el relámpago cruza el cielo, se
desvanecerán sus visiones brillantes y sus falaces esperanzas.
Así como Dios envió a su siervo para dar al mundo aviso del
diluvio que se acercaba, también envió mensajeros escogidos para
anunciar la venida del juicio final. Y así como los contemporáneos