Página 338 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
más concluyente de que las iglesias se han apartado de Dios, que la
irritación y la animosidad despertadas por este mensaje celestial.
Los que aceptaron la doctrina del advenimiento vieron la necesi-
dad de arrepentirse y humillarse ante Dios. Muchos habían estado
vacilando mucho tiempo entre Cristo y el mundo; entonces compren-
dieron que era tiempo de decidirse. “Las cosas eternas asumieron
para ellos extraordinaria realidad. Acercóseles el cielo y se sintieron
culpables ante Dios.”—Bliss, 146. Nueva vida espiritual se despertó
en los creyentes. El mensaje les hizo sentir que el tiempo era corto,
que debían hacer pronto cuanto habían de hacer por sus semejantes.
La tierra retrocedía, la eternidad parecía abrirse ante ellos, y el alma,
con todo lo que pertenece a su dicha o infortunio inmortal, eclipsaba
por así decirlo todo objeto temporal. El Espíritu de Dios descansaba
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sobre ellos, y daba fuerza a los llamamientos ardientes que dirigían
tanto a sus hermanos como a los pecadores a fin de que se preparasen
para el día de Dios. El testimonio mudo de su conducta diaria equi-
valía a una censura constante para los miembros formalistas y no
santificados de las iglesias. Estos no querían que se les molestara en
su búsqueda de placeres, ni en su culto a Mammón ni en su ambición
de honores mundanos. De ahí la enemistad y oposición despertadas
contra la fe adventista y los que la proclamaban.
Como los argumentos basados en los períodos proféticos resulta-
ban irrefutables, los adversarios trataron de prevenir la investigación
de este asunto enseñando que las profecías estaban selladas. De
este modo los protestantes seguían las huellas de los romanistas.
Mientras que la iglesia papal le niega la Biblia al pueblo
(véase el
Apéndice),
las iglesias protestantes aseguraban que parte importante
de la Palabra Sagrada—o sea la que pone a la vista verdades de
especial aplicación para nuestro tiempo—no podía ser entendida.
Los ministros y el pueblo declararon que las profecías de Daniel
y del Apocalipsis eran misterios incomprensibles. Pero Cristo había
llamado la atención de sus discípulos a las palabras del profeta
Daniel relativas a los acontecimientos que debían desarrollarse en
tiempo de ellos, y les había dicho: “El que lee,
entienda.”
Y la
aseveración de que el Apocalipsis es un misterio que no se puede
comprender es rebatida por el título mismo del libro: “Revelación
de Jesucristo, que Dios le dió, para manifestar a sus siervos las cosas
que deben suceder pronto...
Bienaventurado
el que
lee
y los que
oyen