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El Conflicto de los Siglos
a Dios, decaerían su resistencia, su fuerza y su estabilidad y ellos
mismos vendrían a ser presa fácil.
El gran adversario se esforzó entonces por obtener con artificios
lo que no consiguiera por la violencia. Cesó la persecución y la
reemplazaron las peligrosas seducciones de la prosperidad temporal
y del honor mundano. Los idólatras fueron inducidos a aceptar parte
de la fe cristiana, al par que rechazaban otras verdades esenciales.
Profesaban aceptar a Jesús como Hijo de Dios y creer en su muerte
y en su resurrección, pero no eran convencidos de pecado ni sentían
necesidad de arrepentirse o de cambiar su corazón. Habiendo hecho
algunas concesiones, propusieron que los cristianos hicieran las
suyas para que todos pudiesen unirse en el terreno común de la fe
en Cristo.
La iglesia se vió entonces en gravísimo peligro, y en compara-
ción con él, la cárcel, las torturas, el fuego y la espada, eran bendi-
ciones. Algunos cristianos permanecieron firmes, declarando que
no podían transigir. Otros se declararon dispuestos a ceder o a mo-
dificar en algunos puntos su confesión de fe y a unirse con los que
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habían aceptado parte del cristianismo, insistiendo en que ello podría
llevarlos a una conversión completa. Fué un tiempo de profunda
angustia para los verdaderos discípulos de Cristo. Bajo el manto
de un cristianismo falso, Satanás se introducía en la iglesia para
corromper la fe de los creyentes y apartarlos de la Palabra de verdad.
La mayoría de los cristianos consintieron al fin en arriar su
bandera, y se realizó la unión del cristianismo con el paganismo.
Aunque los adoradores de los ídolos profesaban haberse convertido y
unido con la iglesia, seguían aferrándose a su idolatría, y sólo habían
cambiado los objetos de su culto por imágenes de Jesús y hasta de
María y de los santos. La levadura de la idolatría, introducida de ese
modo en la iglesia, prosiguió su funesta obra. Doctrinas falsas, ritos
supersticiosos y ceremonias idolátricas se incorporaron en la fe y en
el culto cristiano. Al unirse los discípulos de Cristo con los idólatras,
la religión cristiana se corrompió y la iglesia perdió su pureza y su
fuerza. Hubo sin embargo creyentes que no se dejaron extraviar por
esos engaños y adorando sólo a Dios, se mantuvieron fieles al Autor
de la verdad.
Entre los que profesan el cristianismo ha habido siempre dos
categorías de personas: la de los que estudian la vida del Salvador