Página 448 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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Capítulo 28—La verdadera conversión es esencial
Dondequiera que la Palabra de Dios se predicara con fidelidad,
los resultados atestiguaban su divino origen. El Espíritu de Dios
acompañaba el mensaje de sus siervos, y su Palabra tenía poder. Los
pecadores sentían despertarse sus conciencias. La luz “que alumbra
a todo hombre que viene a este mundo,” iluminaba los lugares más
recónditos de sus almas, y las ocultas obras de las tinieblas eran
puestas de manifiesto. Una profunda convicción se apoderaba de
sus espíritus y corazones. Eran redargüidos de pecado, de justicia
y del juicio por venir. Tenían conciencia de la justicia de Dios, y
temían tener que comparecer con sus culpas e impurezas ante Aquel
que escudriña los corazones. En su angustia clamaban: “¿Quién me
libertará de este cuerpo de muerte?” Al serles revelada la cruz del
Calvario, indicio del sacrificio infinito exigido por los pecados de los
hombres, veían que sólo los méritos de Cristo bastaban para expiar
sus transgresiones; eran lo único que podía reconciliar al hombre
con Dios. Con fe y humildad aceptaban al Cordero de Dios, que
quita los pecados del mundo. Por la sangre de Jesús alcanzaban “la
remisión de los pecados cometidos anteriormente.”
Estos creyentes hacían frutos dignos de su arrepentimiento.
Creían y eran bautizados y se levantaban para andar en novedad
de vida, como nuevas criaturas en Cristo Jesús; no para vivir confor-
me a sus antiguas concupiscencias, sino por la fe en el Hijo de Dios,
para seguir sus pisadas, para reflejar su carácter y para purificarse
a sí mismos, así como él es puro. Amaban lo que antes aborrecie-
ran, y aborrecían lo que antes amaran. Los orgullosos y tercos se
volvían mansos y humildes de corazón. Los vanidosos y arrogantes
se volvían serios y discretos. Los profanos se volvían piadosos; los
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borrachos, sobrios; y los corrompidos, puros. Las vanas costumbres
del mundo eran puestas a un lado. Los cristianos no buscaban el
adorno “exterior del rizado de los cabellos, del ataviarse con joyas de
oro o el de la compostura de los vestidos, sino el oculto del corazón,
que consiste en la incorrupción de un espíritu manso y tranquilo;
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