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El Conflicto de los Siglos
En el tiempo señalado para el juicio—al fin de los 2.300 días,
en 1844—empezó la obra de investigación y el acto de borrar los
pecados. Todos los que hayan profesado el nombre de Cristo deben
pasar por ese riguroso examen. Tanto los vivos como los muertos
deben ser juzgados “de acuerdo con las cosas escritas en los libros,
según sus obras.”
Los pecados que no hayan inspirado arrepentimiento y que no
hayan sido abandonados, no serán perdonados ni borrados de los
libros de memoria, sino que permanecerán como testimonio contra
el pecador en el día de Dios. Puede el pecador haber cometido sus
malas acciones a la luz del día o en la obscuridad de la noche;
eran conocidas y manifiestas para Aquel a quien tenemos que dar
cuenta. Hubo siempre ángeles de Dios que fueron testigos de cada
pecado, y lo registraron en los libros infalibles. El pecado puede ser
ocultado, negado, encubierto para un padre, una madre, una esposa,
o para los hijos y los amigos; nadie, fuera de los mismos culpables
tendrá tal vez la más mínima sospecha del mal; no deja por eso
de quedar al descubierto ante los seres celestiales. La obscuridad
de la noche más sombría, el misterio de todas las artes engañosas,
no alcanzan a velar un solo pensamiento para el conocimiento del
Eterno. Dios lleva un registro exacto de todo acto injusto e ilícito.
No se deja engañar por una apariencia de piedad. No se equivoca en
su apreciación del carácter. Los hombres pueden ser engañados por
entes de corazón corrompido, pero Dios penetra todos los disfraces
y lee la vida interior.
¡Qué pensamiento tan solemne! Cada día que transcurre lleva
consigo su caudal de apuntes para los libros del cielo. Una palabra
pronunciada, un acto cometido, no pueden ser jamás retirados. Los
ángeles tomaron nota tanto de lo bueno como de lo malo. El más
poderoso conquistador de este mundo no puede revocar el registro de
un solo día siquiera. Nuestros actos, nuestras palabras, hasta nuestros
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más secretos motivos, todo tiene su peso en la decisión de nuestro
destino para dicha o desdicha. Podremos olvidarlos, pero no por eso
dejarán de testificar en nuestro favor o contra nosotros.
Así como los rasgos de la fisonomía son reproducidos con mi-
nuciosa exactitud sobre la pulida placa del artista, así también está
el carácter fielmente delineado en los libros del cielo. No obstante
¡cuán poca preocupación se siente respecto a ese registro que debe