Página 627 - Consejos Sobre la Salud (1989)

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Pureza social
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de rectitud y virtud. Serán fortalecidas en contra de los sofismas de
Satanás; estarán preparadas para resistir sus seductoras artimañas.
La vanagloria, las modas del mundo, los deseos del ojo, y las
concupiscencias de la carne están relacionados con la caída de los
desafortunados. Se fomenta lo que es agradable al corazón natural y
a la mente carnal. Si hubieran erradicado de sus corazones las con-
cupiscencias de la carne, no serían tan débiles. Si nuestras hermanas
sintieran la necesidad de purificar sus pensamientos, y nunca se per-
mitieran una conducta descuidada que lleva a actos incorrectos, no
mancharían por nada su pureza. Si vieran las cosas como Dios me
las ha presentado, sentirían tal repudio por los actos impuros, que no
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se encontrarían entre las que caen en las tentaciones de Satanás, no
importa a quién él pudiera haber elegido como medio para hacerlas
caer.
Un predicador puede tratar temas elevados y santos y sin em-
bargo no tener un corazón santificado. Puede entregarse a Satanás
para que obre maldad y corrompa las almas y cuerpos de su rebaño.
No obstante, si las mentes de las mujeres y las jóvenes que profesan
amar y temer a Dios, fueran fortificadas por su Espíritu, si hubieran
ejercitado sus mentes con pensamientos puros y se hubieran prepa-
rado para evitar toda apariencia de mal, estarían a salvo de cualquier
insinuación impropia y estarían protegidas de la corrupción que
prevalece a su alrededor. Refiriéndose a sí mismo el apóstol Pablo
escribió: “Sino que golpeo mi cuerpo y lo pongo en servidumbre,
no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser
eliminado”.
1 Corintios 9:27
.
Si un ministro del Evangelio no controla sus bajas pasiones,
si no logra seguir el ejemplo del apóstol y deshonra su profesión
y su fe con el solo hecho de mencionar la práctica del pecado,
nuestras hermanas ni por un instante debieran engañarse creyendo
que el pecado pierde su pecaminosidad en lo más mínimo porque
su ministro se atreve a practicarlo. El hecho de que hombres que
ocupan lugares de responsabilidad se muestren familiarizados con
el pecado no debiera disminuir la culpa ni la enormidad del mal
en la mente de nadie. El pecado debiera aparecer exactamente tan
pecaminoso, tan horrendo, como había sido hasta entonces; y las
mentes de los puros y elevados debieran repudiarlo y evitar al que