Página 9 - Consejos Sobre la Salud (1989)

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demostró que la presencia de pus en las heridas producidas por las
operaciones era innecesaria, y de esta manera redujo la mortalidad
en la sala de operaciones a una cifra relativamente insignificante.
Luego apareció en el campo médico el ginecólogo Dr. Sem-
melweiss, a quien Kugelmann escribió: “Con pocas excepciones, el
mundo ha crucificado y quemado a sus benefactores. Espero que no
se canse en la honorable lucha que todavía tiene ante usted”. Fue este
Semmelweiss el que luchó contra el temible monstruo de la fiebre
puerperal, y en cuyo cerebro surgían incansables estas preguntas:
“¿Por qué mueren estas madres? ¿En qué consiste la fiebre puerpe-
ral?” Sus esfuerzos le hicieron perder la vida, pero pudo vencer esa
terrible enfermedad.
Puedo continuar describiendo las bendiciones que el mundo
ha recibido de parte de personas como Koch, Ehrlich, Nicolaier,
Kitasato, Von Behring, Flexner, Ronald Ross y de otros benefactores.
Pero a Elena G. de White se le dio una misión diferente. Mientras
la obra de su vida y sus enseñanzas estaban en armonía con la
verdadera medicina científica, fue en el ámbito espiritual del arte
de sanar donde brilló con santo esplendor. Al exhortar a hombres y
mujeres a considerar sus cuerpos como un legado sagrado confiado
por el Altísimo, y a obedecer las leyes de la naturaleza y del Dios de
la naturaleza, la señora White no tiene rival. Ella exaltó la santidad
del cuerpo y la necesidad de poner los apetitos y las pasiones bajo
el control de una conciencia informada e iluminada. Otros ponían
énfasis en la ciencia como medio de mantener o recuperar la salud;
pero a ella le correspondió la tarea de poner de relieve los factores
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espirituales en el tratamiento del templo del cuerpo.
Nadie ha explorado el ámbito espiritual en la extensión en que
ella lo ha hecho. Realizó esfuerzos incansables desde los días de su
juventud hasta la hora de su muerte a una edad avanzada. En libros,
en artículos, en monografías, en folletos y opúsculos, constantemen-
te exhortaba con tonos claros y definidos a hombres y mujeres, a
jóvenes y ancianos, a elevarse a un plano de vida más racional, más
puro. Desde los púlpitos de las iglesias y salones de conferencias y
en otras reuniones su voz se alzaba constantemente instando a llevar
una vida consagrada y cristiana en lo que se refería al cuerpo y su
cuidado. Otros profesionales sacaron a luz hechos científicos concer-
nientes a las enfermedades, sus causas y su curación; en cambio la