Página 102 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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El Discurso Maestro de Jesucristo
figura empleada por el Salvador, el que se complace en un espíritu
de crítica es más culpable que aquel a quien acusa; porque no sola-
mente comete el mismo pecado, sino que le añade engreimiento y
murmuración.
Cristo es el único verdadero modelo de carácter, y usurpa su
lugar quien se constituye en dechado para los demás. Puesto que
el Padre “todo el juicio dio al Hijo”
quienquiera que se atreva a
juzgar los motivos ajenos usurpa también el derecho del Hijo de
Dios. Los que se dan por jueces y críticos se alían con el anticristo,
“el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es
objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios,
haciéndose pasar por Dios”
El pecado que conduce a los resultados más desastrosos es el es-
píritu frío de crítica inexorable, que caracteriza al farisaísmo. Cuando
no hay amor en la experiencia religiosa, no está en ella Jesús ni el sol
de su presencia. Ninguna actividad diligente, ni el celo desprovisto
de Cristo, puede suplir la falta. Puede haber una agudeza maravi-
llosa para descubrir los defectos de los demás; pero a toda persona
que manifiesta tal espíritu, Jesús le dice: “¡Hipócrita! saca primero
la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja
del ojo de tu hermano”. El culpable del mal es el primero que lo
sospecha. Trata de ocultar o disculpar el mal de su propio corazón
condenando a otro. Por medio del pecado fue como los hombres
llegaron al conocimiento del mal; apenas Adán y Eva incurrieron en
pecado, empezaron a recriminarse mutuamente. Esta será la actitud
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inevitable de la naturaleza humana, siempre que no sea gobernada
por la gracia de Cristo.
Cuando los hombres alientan ese espíritu acusador no se con-
tentan con señalar lo que suponen es un defecto de su hermano. Si
no logran por medios moderados inducirlo a hacer lo que ellos con-
sideran necesario, recurrirán a la fuerza. En cuanto les sea posible,
obligarán a los hombres a conformarse a su concepto de lo justo.
Esto es lo que hicieron los judíos en los tiempos de Cristo y lo que
ha hecho la iglesia cada vez que se apartó de la gracia de Cristo.
Al verse desprovista del poder del amor, buscó el brazo fuerte del
estado para imponer sus dogmas y ejecutar sus decretos. En esto
estriba el secreto de todas las leyes religiosas que se hayan dictado y
de toda persecución, desde los tiempos de Abel hasta nuestros días.