Página 104 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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El Discurso Maestro de Jesucristo
crítica ni de exaltación en los que andan a la sombra de la cruz del
Calvario.
Mientras no nos sintamos en condiciones de sacrificar nuestro
orgullo, y aun de dar la vida para salvar a un hermano desviado,
no habremos echado la viga de nuestro propio ojo ni estaremos
preparados para ayudar a nuestro hermano. Pero cuando lo hayamos
hecho, podremos acercarnos a él y conmover su corazón. La censura
y el oprobio no rescataron jamás a nadie de una posición errónea;
pero ahuyentaron de Cristo a muchos y los indujeron a cerrar sus
corazones para no dejarse convencer. Un espíritu bondadoso y un
trato benigno y persuasivo pueden salvar a los perdidos y cubrir
multitud de pecados. La revelación de Cristo en nuestro propio
carácter tendrá un poder transformador sobre aquellos con quienes
nos relacionemos. Permitamos que Cristo se manifieste diariamente
en nosotros, y él revelará por medio de nosotros la energía creadora
de su palabra, una influencia amable, persuasiva y a la vez poderosa
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para restaurar en otras almas la perfección del Señor nuestro Dios.
“No deis lo santo a los perros”.
Jesús se refiere aquí a una clase de personas que no tiene ningún
deseo de escapar de la esclavitud del pecado. Por haberse entregado
a lo corrupto y vil, su naturaleza se ha degradado de tal manera
que se aferran al mal y no quieren separarse de él. Los siervos de
Cristo no deben permitir que los estorben quienes sólo consideran el
Evangelio como tema de contención e ironía.
El Salvador jamás pasó por alto a una sola alma, por hundida
que estuviera en el pecado, si estaba dispuesta a recibir las verdades
preciosas del cielo. Para los publicanos y rameras, sus palabras eran
el comienzo de una vida nueva. María Magdalena, de quien él echó
siete demonios, fue la última en alejarse de su sepulcro y la primera a
quien él saludó en la mañana de la resurrección. Saulo de Tarso, uno
de los enemigos acérrimos del Evangelio, fue el que se transformó
en Pablo, el ministro consagrado de Cristo. Bajo una apariencia de
odio y desprecio, aun de crimen y de degradación, puede ocultarse
un alma a la que la misericordia de Cristo rescatará y que relucirá
como gema en la corona del Redentor.