Las críticas y la regla de oro
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“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”.
Para que no haya motivo de incredulidad, incomprensión o mala
interpretación de sus palabras, el Señor repite la promesa tres veces.
Anhela que los que buscan a Dios crean que él puede hacer todas las
cosas. Por tanto agrega: “Porque todo aquel que pide, recibe; y el que
busca, halla; y al que llama, se le abrirá”. El Señor no especifica otras
condiciones fuera de éstas: que sintamos hambre de su misericordia,
deseemos su consejo y anhelemos su amor.
“Pedid”. El pedir demuestra que sentimos nuestra necesidad;
y si pedimos con fe, recibiremos. El Señor ha comprometido su
palabra, y ésta no puede faltar. Si nos presentamos sinceramente
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contritos, no debemos pensar que somos presuntuosos al pedir lo que
el Señor ha prometido. El Señor nos asegura que cuando pedimos las
bendiciones que necesitamos con el fin de perfeccionar un carácter
semejante al de Cristo, solicitamos de acuerdo con una promesa que
se cumplirá. El que sintamos y sepamos que somos pecadores, es
base suficiente para pedir su misericordia y compasión. La condición
para que podamos acercarnos a Dios no es que seamos santos, sino
que deseemos que él nos limpie de nuestros pecados y nos purifique
de toda iniquidad. La razón que podemos presentar ahora y siempre
es nuestra gran necesidad, nuestro estado de extrema impotencia,
que hace de él y de su poder redentor una necesidad.
“Buscad”. No deseemos solamente su bendición, sino también a
él mismo. “Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz”
Busque-
mos, y hallaremos. Dios nos busca, y el mismo deseo que sentimos
de ir a él no es más que la atracción de su Espíritu. Cedamos a esta
atracción. Cristo intercede en favor de los tentados, los errantes y
aquellos a quienes falta la fe. Trata de elevarnos a su compañerismo.
“Si tú le buscares, lo hallarás”
“Llamad”. Nos acercamos a Dios por invitación especial, y él
nos espera para darnos la bienvenida a su sala de audiencia. Los
primeros discípulos que siguieron a Jesús no se satisficieron con
una conversación apresurada en el camino; dijeron: “Rabí... ¿dónde
moras? ... Fueron, y vieron dónde moraba, y se quedaron con él
aquel día”
De la misma manera, también nosotros podemos ser
admitidos a la intimidad y comunión más estrecha con Dios. “El que
habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipoten-