Las críticas y la regla de oro
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Toda promesa de la Palabra de Dios viene a ser un motivo para
orar, pues su cumplimiento nos es garantizado por la palabra empe-
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ñada por Jehová. Tenemos el privilegio de pedir por medio de Jesús
cualquier bendición espiritual que necesitemos. Podemos decir al
Señor exactamente lo que necesitamos, con la sencillez de un niño.
Podemos exponerle nuestros asuntos temporales, y suplicarle pan
y ropa, así como el pan de vida y el manto de la justicia de Cristo.
Nuestro Padre celestial sabe que necesitamos todas estas cosas, y
nos invita a pedírselas. En el nombre de Jesús es como se recibe
todo favor. Dios honrará ese nombre y suplirá nuestras necesidades
con las riquezas de su liberalidad.
No nos olvidemos, sin embargo, que al allegarnos a Dios como
a un Padre, reconocemos nuestra relación con él como hijos. No
solamente nos fiamos en su bondad, sino que nos sometemos a su
voluntad en todas las cosas, sabiendo que su amor no cambia. Nos
consagramos para hacer su obra. A quienes había invitado a buscar
primero el reino de Dios y su justicia, Jesús les prometió: “Pedid, y
recibiréis”.
Los dones de Aquel que tiene todo poder en el cielo y en la
tierra esperan a los hijos de Dios. Todos los que acudan a Dios como
niñitos recibirán y gozarán dádivas preciosísimas pues fueron pro-
vistas por el costoso sacrificio de la sangre del Redentor, dones que
satisfarán el anhelo más profundo del corazón, regalos permanentes
como la eternidad. Aceptemos como dirigidas a nosotros las prome-
sas de Dios. Presentémoslas ante él como sus propias palabras, y
recibiremos la plenitud del gozo.
“Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con
vosotros, así también haced vosotros con ellos”.
En la seguridad del amor de Dios hacia nosotros, Jesús ordena,
en un abarcante principio que incluye todas las relaciones humanas,
que nos amemos unos a otros.
Los judíos se preocupaban por lo que habían de recibir; su ansia
principal era lo que creían merecer en cuanto a poder, respeto y
servicio. Cristo enseña que nuestro motivo de ansiedad no debe ser
¿cuánto podemos recibir?, sino ¿cuánto podemos dar? La medida de
lo que debemos a los demás es lo que estimaríamos que ellos nos
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