Página 108 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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El Discurso Maestro de Jesucristo
deben a nosotros.
En nuestro trato con otros, pongámonos en su lugar. Comprenda-
mos sus sentimientos, sus dificultades, sus chascos, sus gozos y sus
pesares. Identifiquémonos con ellos; luego tratémoslos como quisié-
ramos que nos trataran a nosotros si cambiásemos de lugar con ellos.
Esta es la regla de la verdadera honradez. Es otra manera de expresar
esta ley: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”
Es la médula de
la enseñanza de los profetas, un principio del cielo. Se desarrollará
en todos los que se preparan para el sagrado compañerismo con él.
La regla de oro es el principio de la cortesía verdadera, cuya
ilustración más exacta se ve en la vida y el carácter de Jesús. ¡Oh!
¡qué rayos de amabilidad y belleza se desprendían de la vida diaria
de nuestro Salvador! ¡Qué dulzura emanaba de su misma presencial
El mismo espíritu se revelará en sus hijos. Aquellos con quienes
mora Cristo serán rodeados de una atmósfera divina. Sus blancas
vestiduras de pureza difundirán la fragancia del jardín del Señor. Sus
rostros reflejarán la luz de su semblante, que iluminará la senda para
los pies cansados e inseguros.
Nadie que tenga el ideal verdadero de lo que constituye un
carácter perfecto dejará de manifestar la simpatía y la ternura de
Cristo. La influencia de la gracia debe ablandar el corazón, refinar y
purificar los sentimientos, impartir delicadeza celestial y un sentido
de lo correcto.
Todavía hay un significado mucho más profundo en la regla
de oro. Todo aquel que haya sido hecho mayordomo de la gracia
múltiple de Dios está en la obligación de impartirla a las almas
sumidas en la ignorancia y la oscuridad, así como, si él estuviera
en su lugar, desearía que se la impartiesen. Dijo el apóstol Pablo:
“A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor”
Por todo lo que hemos conocido del amor de Dios y recibido de los
ricos dones de su gracia por encima del alma más entenebrecida y
degradada del mundo, estamos en deuda con ella para comunicarle
esos dones.
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Así sucede también con las dádivas y las bendiciones de esta
vida: cuanto más poseáis que vuestros prójimos, tanto más sois
deudores para con los menos favorecidos. Si tenemos riquezas, o
aun las comodidades de la vida, entonces estamos bajo la obligación
más solemne de cuidar de los enfermos que sufren, de la viuda y los