Las críticas y la regla de oro
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Por el contrario, el sendero que conduce a la vida, es angosto,
y estrecha la entrada. Si nos aferramos a algún pecado predilecto,
hallaremos la puerta demasiado estrecha. Si deseamos continuar en
el camino de Cristo, debemos renunciar a nuestros propios caminos,
a nuestra propia voluntad y a nuestros malos hábitos y prácticas. El
que quiere servir a Cristo no puede seguir las opiniones ni las normas
del mundo. La senda del cielo es demasiado estrecha para que por
ella desfilen pomposamente la jerarquía y las riquezas; demasiado
angosta para el juego de la ambición egoísta; demasiado empinada
y áspera para el ascenso de los amantes del ocio. A Cristo le tocó
la labor, la paciencia, la abnegación, el reproche, la pobreza y la
oposición de los pecadores. Lo mismo debe tocarnos a nosotros, si
alguna vez hemos de entrar en el paraíso de Dios.
No deduzcamos, sin embargo, que el sendero ascendente es
difícil y la ruta que desciende es fácil. A todo lo largo del camino
que conduce a la muerte hay penas y castigos, hay pesares y chascos,
hay advertencias para que no se continúe. El amor de Dios es tal
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que los desatentos y los obstinados no pueden destruirse fácilmente.
Es verdad que el sendero de Satanás parece atractivo, pero es todo
engaño; en el camino del mal hay remordimiento amargo y dolorosa
congoja. Pensamos tal vez que es agradable seguir el orgullo y
la ambición mundana; mas el fin es dolor y remordimiento. Los
propósitos egoístas pueden ofrecer promesas halagadoras y una
esperanza de gozo; pero veremos que esa felicidad está envenenada
y nuestra vida amargada por las expectativas fincadas en el yo. Ante
el camino descendente, la entrada puede relucir de flores; pero hay
espinas en esa vía. La Luz de la esperanza que brilla en su entrada
se esfuma en las tinieblas de la desesperación, y el alma que sigue
esa senda desciende hasta las sombras de una noche interminable.
“El camino de los transgresores es duro”, pero las sendas de la
sabiduría son “caminos deleitosos, y todas sus veredas paz”
Cada
acto de obediencia a Cristo, cada acto de abnegación por él, cada
prueba bien soportada, cada victoria lograda sobre la tentación, es
un paso adelante en la marcha hacia la gloria de la victoria final. Si
aceptamos a Cristo por guía, él nos conducirá en forma segura. El
mayor de los pecadores no tiene por qué perder el camino. Ni uno
solo de los que temblando lo buscan ha de verse privado de andar en
luz pura y santa. Aunque la senda es tan estrecha y tan santa que no