Página 112 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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El Discurso Maestro de Jesucristo
puede tolerarse pecado en ella, todos pueden alcanzarla y ninguna
alma dudosa y vacilante necesita decir: Dios no se interesa en mí.
Puede ser áspero el camino, y la cuesta empinada; tal vez haya
trampas a la derecha y a la izquierda; quizá tengamos que sufrir
penosos trabajos en nuestro viaje; puede ser que cuando estemos
cansados y anhelemos descanso, tengamos que seguir avanzando;
que cuando nos consuma la debilidad, tengamos que luchar; o que
cuando estemos desalentados, debamos esperar aún; pero con Cristo
como guía, no dejaremos de llegar al fin al anhelado puerto de reposo.
Cristo mismo recorrió la vía áspera antes que nosotros y allanó el
camino para nuestros pies.
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A lo largo del áspero camino que conduce a la vida eterna hay
también manantiales de gozo para refrescar a los fatigados. Los que
andan en las sendas de la sabiduría se regocijan en gran manera,
aun en la tribulación; porque Aquel a quien ama su alma marcha
invisible a su lado. A cada paso hacia arriba disciernen con más
claridad el toque de su mano; vívidos fulgores de la gloria del
Invisible alumbran su senda; y sus himnos de loor, entonados en
una nota aún más alta, se elevan para unirse con los cánticos de los
ángeles delante del trono. “La senda de los justos es como la luz de
la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”
“Esforzaos a entrar por la puerta angosta”.
El viajero atrasado, en su prisa por llegar a la puerta antes de la
puesta del sol, no podía desviarse para ceder a ninguna atracción en
el camino. Toda su atención se concentraba en el único propósito de
entrar por la puerta. La misma intensidad de propósito, dijo Jesús, se
requiere en la vida cristiana. Os he abierto la gloria del carácter, que
es la gloria verdadera de mi reino. Ella no os brinda ninguna promesa
de dominio mundanal; a pesar de eso, es digna de vuestro deseo y
esfuerzo supremos. No os llamo para luchar por la supremacía del
gran imperio mundial, mas esto no significa que no hay batallas que
librar ni victorias que ganar. Os invito a esforzaros y a luchar para
entrar en mi reino espiritual.
La vida cristiana es una lucha y una marcha; pero la victoria que
hemos de ganar no se obtiene por el poder humano. El terreno del
corazón es el campo de conflicto. La batalla que hemos de reñir, la