Página 113 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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Las críticas y la regla de oro
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mayor que hayan peleado los hombres, es la rendición del yo a la
voluntad de Dios, el sometimiento del corazón a la soberanía del
amor. La vieja naturaleza nacida de la sangre y de la voluntad de la
carne, no puede heredar el reino de Dios. Es necesario renunciar a
las tendencias hereditarias, a las costumbres anteriores.
El que decida entrar en el reino espiritual descubrirá que todos
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los poderes y las pasiones de una naturaleza sin regenerar, sostenidos
por las fuerzas del reino de las tinieblas, se despliegan contra él. El
egoísmo y el orgullo resistirán todo lo que revelaría su pecaminosi-
dad. No podemos, por nosotros mismos, vencer los deseos y hábitos
malos que luchan por el dominio. No podemos vencer al enemigo
poderoso que nos retiene cautivos. Únicamente Dios puede darnos
la victoria. El desea que disfrutemos del dominio sobre nosotros
mismos, sobre nuestra propia voluntad y costumbres. Pero no puede
obrar en nosotros sin nuestro consentimiento y cooperación. El Es-
píritu divino obra por las facultades y los poderes otorgados a los
hombres. Nuestras energías han de cooperar con Dios.
No se gana la victoria sin mucha oración ferviente, sin humillar
el yo a cada paso. Nuestra voluntad no ha de verse forzada a coope-
rar con los agentes divinos; debe someterse de buen grado. Aunque
fuera posible que él nos impusiera la influencia del Espíritu de Dios
con una intensidad cien veces mayor, eso no nos haría necesariamen-
te cristianos, personas listas para el cielo. No se destruiría el baluarte
de Satanás. La voluntad debe colocarse de parte de la voluntad de
Dios. Por nosotros mismos no podemos someter a la voluntad de
Dios nuestros propósitos, deseos e inclinaciones; pero si estamos
dispuestos a someter nuestra voluntad a la suya, Dios cumplirá la
tarea por nosotros, aun “refutando argumentos, y toda altivez que
se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo
pensamiento a la obediencia de Cristo”. Entonces nos ocuparemos
de nuestra “salvación con temor y temblor, porque Dios” producirá
en nosotros “así el querer como el hacer, por su buena voluntad”
Muchos son atraídos por la belleza de Cristo y la gloria del cielo
y, sin embargo, rehúyen las únicas condiciones por las cuales pueden
obtenerlas. Hay muchos en el camino ancho que no están del todo
satisfechos con la senda en que andan. Anhelan escapar de la escla-
vitud del pecado y tratan de resistir sus costumbres pecaminosas con
sus propias fuerzas. Miran el camino angosto y la puerta estrecha;
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