Página 116 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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El Discurso Maestro de Jesucristo
De nada vale profesar simplemente ser discípulo. La fe en Cristo
que salva al alma no es lo que muchos enseñan. “Creed, creed—
dicen—, y no tenéis necesidad de guardar la ley”. Pero una creencia
que no lleva a la obediencia es presunción. Dice el apóstol Juan: “El
que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es
mentiroso, y la verdad no está en él”
Nadie abrigue la idea de que
las providencias especiales o las manifestaciones sobrenaturales han
de probar la autenticidad de su obra ni de las ideas que proclama.
Cuando los hombres dan poca importancia a la Palabra de Dios y
ponen sus impresiones, sus sentimientos y sus prácticas por encima
de la norma divina, podemos saber que no tienen la luz.
La obediencia es la prueba del discipulado. La observancia de
los mandamientos es lo que prueba la sinceridad del amor que profe-
samos. Cuando la doctrina que aceptamos destruye el pecado en el
corazón, limpia el alma de contaminación y produce frutos de santi-
dad, entonces podemos saber que es la verdad de Dios. Cuando en
nuestra vida se manifiesta benevolencia, bondad, ternura y simpatía;
cuando el gozo de realizar el bien anida en nuestro corazón; cuando
ensalzamos a Cristo, y no al yo, entonces podemos saber que nuestra
fe es correcta. “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si
guardamos sus mandamientos”
“Y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca”.
La gente se había sentido profundamente conmovida por las
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palabras de Cristo. La belleza divina de los principios de la ver-
dad los atraía, y las amonestaciones solemnes de Cristo llegaban
hasta ellos como la voz de Dios que escudriña los corazones. Sus
palabras habían herido la raíz de sus ideas y opiniones anteriores;
la obediencia a su enseñanza les exigía que cambiasen todos sus
hábitos y modos de pensar y obrar. Los pondría en oposición con
los maestros de su religión, porque derribaría el edificio entero que
durante generaciones habían ido edificando los rabinos. Por eso,
aunque sus palabras habían hallado eco en los corazones del pueblo,
muy pocos estaban dispuestos a aceptarlas como guía de la vida.
Terminó Jesús su enseñanza en el monte con una ilustración
que presenta en forma muy vívida cuán importante es practicar
las palabras que había pronunciado. Entre la muchedumbre que se